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Cuentos de los Herm anos Grimm EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL costa rica Y al poco tiempo, la hija del rey se puso muy enferma. Era hija única y su padre estaba tan desesperado que no hacía más que llorar. Mandó decir que al que salvara a su hija le casaría con ella y le haría su heredero. El médico, al entrar en la habitación de la princesa, vio que la Muerte estaba a los pies de la cama. ¡Que el muchacho habría recordado la amenaza de su madrina! Pero la gran belleza de la princesa y la felicidad de casarse con ella le trastornaron tanto que desechó todos los pensamientos. No vio las miradas encolerizadas que le echaba la Muerte, ni cómo le amenazaba con el puño cerrado: cogió en brazos a la princesa y la puso con los pies en la almohada y la cabeza a los pies, le dio la hierba mágica y al poco rato la cara de la princesa se animó y empezó a mejorar. Y la Muerte, furiosa porque la habían engañado otra vez, fue a grandes zancadas a casa del médico y le dijo: -¡Se acabó! ¡Ahora te llevaré a ti! Le agarró con su mano fría, le agarró con tanta fuerza, que el pobre muchacho no se podía soltar y se lo llevó a una cueva muy honda. Y el médico vio en la cueva miles y miles de luces, filas de velas que no se acababan nunca; unas velas eran grandes, otras medianas y otras pequeñas. Y cada momento unas se apagaban y otras se estaban encendiendo otra vez; era como si las lucecitas estuvieran brincando. La Muerte le dijo: -Mira, esas velas que ves son las vidas de los hombres. Las grandes son las vidas de los niños; las medianas son las vidas de los cónyuges y las pequeñas las de los ancianos. Pero hay también niños y jóvenes que no tienen más que una velita pequeña. -¡Dime cuál es mi luz! -dijo el médico, pensando que era todavía una vela bien grande. Y la Muerte le enseñó un cabito de vela, casi consumido: -Ahí la tienes. -¡Ay, madrina, madrina mía! ¡Enciéndeme una luz nueva! ¡Por favor, hazlo por mí! ¡Mira que todavía no he disfrutado de la vida, que me van a hacer rey y me voy a casar con la princesa! -No puede ser -dijo la Muerte-. No puedo encender una luz mientras no se haya apagado otra. -¡Pues enciende una vela nueva con la que se está apagando! -suplicó el médico. La Muerte hizo como si fuera a obedecerle; llevó una vela nueva y larga. Pero como quería vengarse, a sabiendas tiró el cabito de vela al suelo y la lucecita se apagó. Y en el mismo momento, el médico se cayó al suelo y dio ya en manos de la Muerte. 209