Con los días me enseñaron que a esos cilindritos se les dicen balas y que el palo negro con el que apuntaban a mi mamá esa noche se llama fusil. Era muy pesado, apenas podía con él, pero ellos me hacían cargarlo para atravesar el monte. Me dijeron que ese era mi nuevo mejor amigo. Al fusil le metía los cilindritos por un huequito que tenía escondido y cuando jalaba una palanquita eso sonaba todo duro y me hacía caer hacia atrás. Ellos me dijeron que a eso se le llama disparar y una vez después de que disparé, un cerdito que estaba al frente mío cayó al piso y se desangró.