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Hansel y Gretel
-¡Levántate, haragana!; anda a buscar agua y
prepara algo bueno para tu hermano; está ence-
rrado en el establo y es necesario que engorde.
Cuando esté gordo, lo comeré.
Gretel se puso a llorar amargamente pero tuvo que
hacer lo que la bruja le ordenaba. Entonces se prepa-
raron para el pobre Hansel los mejores platos y para
Gretel sólo quedaban las caparazones de los cangrejos.
Todas las mañanas la vieja se arrastraba al pequeño
establo y gritaba: -¡Hansel, muéstrame los dedos para
ver si engordas!
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Hansel y Gretel
Pero Hansel le tendía un huesito y la vie-
ja, que tenía la vista defectuosa y no podía
distinguirlo, creía que era uno de los dedos
de Hansel y se asombraba de que no en-
gordara.
Pasadas cuatro semanas sin que Hansel en-
gordara, la impaciencia la desbordó y no
quiso esperar más.
-¡Gretel! -gritó a la niñita-. ¡Apúrate y trae agua!
Gordo o flaco mañana
mataré a Hansel y lo cocinaré.
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