navegante de origen andaluz emplazado en Sevilla,
y que con tan solo 19 años, ya era un renombrado
marino, al punto que acompaño por la costa la ex-
pedición de Almagro. Además de la mentada pe-
nínsula, Alonso recaló y organizó asentamientos
en las bahías de Papudo y Valparaíso. Así las co-
sas, el mundo árabe está más presente en nuestra
cultura de lo que nosotros pensamos y una fina
pero larga trama tiene hilado a Marruecos con
nuestra bahía sacrificada.
Como sea, esta “bahía cerrada y protegida de
los vientos” pronto fue punto de anclaje y gua-
rida de corsarios y piratas: Drake, Hawkins, Van
Spilbergen y Cavendish, entre otros, fueron con-
trovertidas figuras que pusieron a Quintero den-
tro de las aguerridas luchas por las especies, los
esclavos, los tesoros y la hegemonía colonial entre
los siglos XVI y XVII. Desde ese momento, los
humos del conflicto y de la ambición han hecho
de la bahía un puerto permanente. Aquello que
Horkheimer va a denominar como “razón instru-
mental” desprendida de una deformación de la
objetivación racional, parece anclarse en el paisaje
tranquilo que ofrece la bahía de Quintero. Una
nueva época se anunciaba en el modo en que los
humanos se relacionan con este lugar. De ahora
en más, la comodidad y la protección que brinda
ese mar ovillado quedaría ligada a la búsqueda de
retribuciones y a una racionalidad decisivamente
humana en su modo de impactar el entorno.
Pero ¿qué es lo que obligaba a los navegantes
a buscar refugio, víveres y descanso en esta en-
senada tranquila y provechosa? Pues el océano
Pacífico, ese mar peligrosamente frío y agitado,
que en su extremo austral había dado la posibi-
lidad de dar la vuelta al mundo al mismo tiem-
po que difundía célebres historias de naufragios,
hambrunas y muertes masivas. A medida que se
avanza hacia el norte, las temperaturas suben y
las mareas se estabilizan, pero aun así el Pacífico
conserva su salvajismo oceánico de marejadas in-
controlables y vientos despiadados. Y Quintero
no escapa a esta sentencia.
En efecto, el barrio industrial, el punto neurál-
gico de la hoy llamada zona de sacrificio, se instala
en la comodidad y calma de esa ensenada que une
Quintero, Loncura y Ventanas. No en vano, dada
la apacibilidad de las condiciones geográficas, esta
localidad disputó encarnecidamente el puesto de
“puerto principal” a Valparaíso en los tiempos de
Luis Cousiño y de José Joaquín Perez.
Pero no obstante esta constante búsqueda por
instrumentalizar la bahía, la costa oeste, aquella
que se besa furiosamente con el Pacífico abierto
Yuing T.
permanece casi virgen. La fuerza y vigor de su
oleaje impide cualquier intento por hacer de ese
lugar un dispositivo de industrialización y progre-
so. En el desfile de roqueríos, acantilados y des-
peñaderos que une Ritoque con la Puntilla de San
Fuentes, solo algunas insinuadas intervenciones
se atreven a instalarse para contemplar el mar en
su cara ruda, rompiente y voluminosa. Se trata de
una costa que invita a la travesía, al paseo con-
templativo, a la exploración con vocación de na-
turalista extraviado en la exuberancia. Casi cae de
cajón sentarse a ver las bandadas de pelícanos, ga-
viotas y otras aves costeras en desfiles surcantes.
La flora es admirable también; una diversidad de
especies decora –sobre todo en primavera– con
un abanico de colores los prados que se estrellan
contra las rocas y las rompientes. La naturaleza
es peligrosa e imponente pero al mismo tiempo
invita a la admiración peripatética a regocijarse y a
tener con el paisaje una relación menos utilitaria.
En definitiva, esta orilla no domesticada es la que
mantiene la vida en su más patente potencia.
“Si la vida deviene resistencia” se titula un breve
texto de Isabelle Stengers de 2001. En esta suer-
te de catarsis reflexiva, Stengers se pronuncia so-
bre esta vida siempre abstracta nunca totalmente
codificada por una particular e individualizada
“forma de vida”. En efecto, para la autora, co-
rresponde al poder el momento de la negatividad,
el momento de la taxonomía y del encierro en or-
denes discursivos claros y distintos. Al contrario,
si la vida llega a tener estatuto de resistencia o de
irreverencia política es precisamente porque en sí
misma es un punto de fuga, un imprevisto, una
complejidad indiferente a las articulaciones pre-
cisas e incluso a las elecciones binarias que nos
ponen en encrucijadas sin salida; o el desarrollo o
el medioambiente, o el trabajo o la naturaleza, o
la contaminación o la pobreza. No, la propuesta
de Stengers invita a dejar el “esto o lo otro” para
dar paso a una conjunción desplegada en la im-
previsión: “esto y lo otro y lo que pueda venir”.
De esta manera, “lo que venga” vendrá un poco
por sorpresa, por lo que tal vez hay que afinar la
mirada y descubrir aquello que aún en esta zona
de sacrificio y contra toda lógica se evade de la
racionalidad cortoplacista del modelo de desarro-
llo y de convivencia que se instaló en la bahía de
Quintero. La vida aún habita en ella y solo tomará
nuevos decursos que abrirán caminos imprevis-
tos. Basta dar una caminata lenta y atenta por la
playa de Loncura para –como señala Emanuele
Coccia– precipitarse y perderse en lo sensible, al
punto de poder producir una sensibilidad otra.
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