Cuadernos Médicos Sociales 2019; Vol 59 N°1 | Page 20

navegante de origen andaluz emplazado en Sevilla, y que con tan solo 19 años, ya era un renombrado marino, al punto que acompaño por la costa la ex- pedición de Almagro. Además de la mentada pe- nínsula, Alonso recaló y organizó asentamientos en las bahías de Papudo y Valparaíso. Así las co- sas, el mundo árabe está más presente en nuestra cultura de lo que nosotros pensamos y una fina pero larga trama tiene hilado a Marruecos con nuestra bahía sacrificada. Como sea, esta “bahía cerrada y protegida de los vientos” pronto fue punto de anclaje y gua- rida de corsarios y piratas: Drake, Hawkins, Van Spilbergen y Cavendish, entre otros, fueron con- trovertidas figuras que pusieron a Quintero den- tro de las aguerridas luchas por las especies, los esclavos, los tesoros y la hegemonía colonial entre los siglos XVI y XVII. Desde ese momento, los humos del conflicto y de la ambición han hecho de la bahía un puerto permanente. Aquello que Horkheimer va a denominar como “razón instru- mental” desprendida de una deformación de la objetivación racional, parece anclarse en el paisaje tranquilo que ofrece la bahía de Quintero. Una nueva época se anunciaba en el modo en que los humanos se relacionan con este lugar. De ahora en más, la comodidad y la protección que brinda ese mar ovillado quedaría ligada a la búsqueda de retribuciones y a una racionalidad decisivamente humana en su modo de impactar el entorno. Pero ¿qué es lo que obligaba a los navegantes a buscar refugio, víveres y descanso en esta en- senada tranquila y provechosa? Pues el océano Pacífico, ese mar peligrosamente frío y agitado, que en su extremo austral había dado la posibi- lidad de dar la vuelta al mundo al mismo tiem- po que difundía célebres historias de naufragios, hambrunas y muertes masivas. A medida que se avanza hacia el norte, las temperaturas suben y las mareas se estabilizan, pero aun así el Pacífico conserva su salvajismo oceánico de marejadas in- controlables y vientos despiadados. Y Quintero no escapa a esta sentencia. En efecto, el barrio industrial, el punto neurál- gico de la hoy llamada zona de sacrificio, se instala en la comodidad y calma de esa ensenada que une Quintero, Loncura y Ventanas. No en vano, dada la apacibilidad de las condiciones geográficas, esta localidad disputó encarnecidamente el puesto de “puerto principal” a Valparaíso en los tiempos de Luis Cousiño y de José Joaquín Perez. Pero no obstante esta constante búsqueda por instrumentalizar la bahía, la costa oeste, aquella que se besa furiosamente con el Pacífico abierto Yuing T. permanece casi virgen. La fuerza y vigor de su oleaje impide cualquier intento por hacer de ese lugar un dispositivo de industrialización y progre- so. En el desfile de roqueríos, acantilados y des- peñaderos que une Ritoque con la Puntilla de San Fuentes, solo algunas insinuadas intervenciones se atreven a instalarse para contemplar el mar en su cara ruda, rompiente y voluminosa. Se trata de una costa que invita a la travesía, al paseo con- templativo, a la exploración con vocación de na- turalista extraviado en la exuberancia. Casi cae de cajón sentarse a ver las bandadas de pelícanos, ga- viotas y otras aves costeras en desfiles surcantes. La flora es admirable también; una diversidad de especies decora –sobre todo en primavera– con un abanico de colores los prados que se estrellan contra las rocas y las rompientes. La naturaleza es peligrosa e imponente pero al mismo tiempo invita a la admiración peripatética a regocijarse y a tener con el paisaje una relación menos utilitaria. En definitiva, esta orilla no domesticada es la que mantiene la vida en su más patente potencia. “Si la vida deviene resistencia” se titula un breve texto de Isabelle Stengers de 2001. En esta suer- te de catarsis reflexiva, Stengers se pronuncia so- bre esta vida siempre abstracta nunca totalmente codificada por una particular e individualizada “forma de vida”. En efecto, para la autora, co- rresponde al poder el momento de la negatividad, el momento de la taxonomía y del encierro en or- denes discursivos claros y distintos. Al contrario, si la vida llega a tener estatuto de resistencia o de irreverencia política es precisamente porque en sí misma es un punto de fuga, un imprevisto, una complejidad indiferente a las articulaciones pre- cisas e incluso a las elecciones binarias que nos ponen en encrucijadas sin salida; o el desarrollo o el medioambiente, o el trabajo o la naturaleza, o la contaminación o la pobreza. No, la propuesta de Stengers invita a dejar el “esto o lo otro” para dar paso a una conjunción desplegada en la im- previsión: “esto y lo otro y lo que pueda venir”. De esta manera, “lo que venga” vendrá un poco por sorpresa, por lo que tal vez hay que afinar la mirada y descubrir aquello que aún en esta zona de sacrificio y contra toda lógica se evade de la racionalidad cortoplacista del modelo de desarro- llo y de convivencia que se instaló en la bahía de Quintero. La vida aún habita en ella y solo tomará nuevos decursos que abrirán caminos imprevis- tos. Basta dar una caminata lenta y atenta por la playa de Loncura para –como señala Emanuele Coccia– precipitarse y perderse en lo sensible, al punto de poder producir una sensibilidad otra. 18