CUADERNOS DE BDSM - nº 22
Lisa no tarda en asumir su sumisión y en reconocer a Míster Pen como su Amo: “mi
terror, mi mismo terror se convierte en una sensación a la vez dolorosa y encantadora.
Dijérase que temo y adoro a aquel Amo inflexible. Siento una necesidad imperiosa de
besarle aquellas manos que han de azotarme, y si a él le pareciera que esta caricia de
respeto no era aún bastante servil, le ofrecería besarle los zapatos.” (p. 48-49) “A
hurtadillas no dejo de espiar al Amo –no sé por qué me complace representarme a Mr.
Pen mentalmente bajo el nombre de Amo ¡mi Amo!-” (p. 49-50).
Uno de los “castigos” de Míster Pen consiste en golpear los pezones de Lisa con unas
varillas metálicas del tamaño de un lápiz. Un suplicio que ella no sabe cómo definir
“puesto que ahora las sensaciones de dolor y de gozo en él se confundían” (p. 60). No
puede faltar, obviamente, la descripción de una buena sesión de flagelación, llevada a
cabo con varas de acebuche mientras Lisa permanece atada a una especie de escalera
unida al muro, con un pie más alto que otro y los brazos separados: “observe que la he
amarrado de forma que reciba los azotes de la manera más apropiada. Así… un pie más
alto que el otro, para poder dominar los más escondidos pliegues de la parte elegida. La
azotaré frecuentemente y de los modos más diversos... me siento hoy en una excelente
disposición y haré maravillas.“(p. 103) “Pocos flagelantes –hoy puedo decirlo- aprecian
la utilidad de separar bien los brazos de la víctima, con objeto de que pueda alcanzar
bien los golpes a las axilas. Pero Mr. Pen era
un perfecto conocedor de todos los secretos
de su arte. Tan admirablemente conocía los
buenos sitios como las buenas maneras. Era,
sin contradicción posible, el más estupendo
flagelante de gran estilo que he encontrado
en mi carrera” (p. 105).
Aprovechando una visita de Lisa a la
biblioteca, el relato se detiene y se desvía,
como haciendo una pausa, detallando lo que
la chica lee en un libro sobre lesbianismo en
el siglo XVIII “de un herr profesor alemán
cuyo nombre no recuerdo ni viene al caso”
(p. 69). Esto permite al autor referirse
ampliamente a Sade y sus obras, y
particularmente al Espion anglais de
Pidansat de Mairobert y más concretamente
al episodio narrado por éste entre una
jovencita llamada Safo “el más hermoso
clítoris de Francia” (p. 76) y “madame” de
Furiel.
Mel: ilustración de Memorias de una
masoquista. Safo sentada sobre la falda de
“madame” de Furiel.
Pag. 95
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