Esbozo biográfico de un actor que dejó
inconclusa su vida y su carrera. Crónica
de la muerte y las muchas vidas de
Philip Seymour Hoffman.
Philip Seymour Hoffman:
La materia oscura
Por Almudena Muñoz P.
Madrid, España
Cuando el artista, sea este
caso un actor, muere, y con
más razón si lo hace de forma
impensable, estúpida o prematura (puesto que toda muerte
es, a su manera, imprevista),
el obituario adquiere unas formas que no le corresponden
por completo; una suerte de
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semblanza muy similar a los
resúmenes que podrían haberse
redactado en vida, a colación de
un nuevo estreno, de un premio
o de una fecha destacada. El
artículo no deja de ser, todavía,
una pieza viviente, cargada de
una impe dimenta fresca y
locuaz, como los objetos tem-
plados en la casa del fallecido
y las cartas que asoman de su
buzón. Compendiar el final resulta tan ridículo como el final
mismo.
En ese instante, las plumas y
las voces se lanzan prestos al
vitoreo, al cariño y a la adjudicación de frases, filosofías y
sentimientos que quizá guardan mayor relación con quien
escribe que con quien muere, y
es por eso que no habrá nunca
nadie más querido, ni actor
más ensalzado, que el que ya
ha muerto. Sin embargo, Philip
Seymour Hoffmann no murió
tan joven como las leyendas
favoritas de Hollywood, ni tampoco tan libre de demonios
internos como los intérpretes a
quienes sobreviene, sin aviso,
un rayo fulminante. Hoffmann
había hecho de su carrera una
demostración del tormento que,
de un día par H