Cuadernillo Kinetoscopio 2014 - I | Page 36

Por Iván Gallo Bogotá, Colombia Muchachos, han oído bien, la guerra ha terminado. Lo que queda es hacer tu propio trago con thinner, crear una mujer de arena y follarla allí mismo en la playa. Acabaron las largas horas de asueto mirando al mar mientras te masturbas compulsivamente. Hay que volver a la realidad, reinsertarse en la sociedad y tratar de fingir que en tres años de confrontaciones no se mató a nadie. Pobres chicos, han visto demasiado para ser inocentes. El sueño americano se abre ante ustedes. ¡Son norteamericanos y el mundo les pertenece! Al menos eso es lo que dice un psicólogo a Freddie Quell, a quien no le queda otro camino que creérselo, a pesar de que para enfrentar la realidad sólo tiene una licorera de plata en el bolsillo del pantalón llena de ese misterioso trago preparado por él mismo y una cámara para tomar fotos. Intenta ser alguien haciendo retratos en un centro comercial. Gemelos, parejitas de novios, la querida de un gerente, todos quieren convertirse en un cuadro de Norman Rockwell. Un día, posa ante él el americano promedio. Un hombre robusto y alto que en su sombrero y su traje lleva impresa la indeleble marca de la prosperidad. Seguramente este tipo no ha sentido el miedo de un bombardeo o todavía no ha tenido que despedazar un cuerpo a punta de bayoneta limpia para mantener a salvo al país, y sin embargo el sistema lo ha premiado. Tendrá una casa, una mujer que al mediodía le sirve el almuerzo y en la noche mantiene caliente su cama, un auto y dos hijos puros y católicos. Freddie empieza a molestarlo, le pone los reflectores de luz en la nuca para que sude como un cerdo, lo hace esperar, lo acosa y al final el tipo estalla y Quell, el soldado que esperaba el final de la guerra en una isla del Pacífico Sur, ha vuelto a quedar libre en su caída interminable. Se va al campo y recoge lechugas. Celebra la siembra preparando su trago. Se lo da a un hombre muy viejo que le recuerda a su padre. El anciano bebe, el trago le sienta mal y cae inconsciente en su catre. Los hijos lo acusan de haberlo envenenado. Cuando ve que ninguna explicación suya aplacará la ira de los muchachos, tendrá que abrir 36 la puerta y salir corriendo. Afuera el amanecer y los interminables plantíos. Otra vez la insoportable sensación de estar flotando, de no pertenecer a ningún sitio. Imaginamos que pasa el tiempo. El hombre camina por un puerto justo cuando el día empieza a convertirse en noche. Un barco está a punto de zarpar. Hay g