por muy malas que estén las cosas, la muerte siempre será nuestro
alivio definitivo, pues no es hasta que Lenny muere en un geriátrico
público de Buffalo en medio del invierno, que las cosas para los
Savages empiezan a cambiar a su favor. Pero más allá de eso está
su reparto sencillamente perfecto, equilibrado y armónico con el
paisaje adusto en el que se desenvuelve. Es entonces cuando debemos hablar del hombre salvaje, Jon Savage o Philip Seymour Hoffman, como se quiera ver, porque ambos son el mismo.
El personaje de Jon es uno de los tantos en los que vemos la
característica, a modo personal, más representativa del talento
que ostentó Hoffman. Un hombre que era capaz de proyectar la
aflicción como ninguno, en su particular transición del abatimiento
a la cólera. Si bien es plausible toda su carrera actoral, incluso esa
valiente contribución a la grotesca Mi novia Polly (Along Came
Polly, 2004), que no fue otra cosa que una muestra de su capacidad polifacética, la firma del actor estadounidense se encuentra en
aquellos filmes, en los que aparece sonrojado hasta la coronilla,
enviando al mundo al diablo entre maldiciones e improperios a viva
voz. Antes de que el diablo sepa que has muerto (Before the Devil
Knows You’re Dead, 2007) o The Master (2012), son algunos de
los ejemplos más intensos, pero es en películas como la excelente
y enormemente subvalorada A Late Quartet (2012), o la metadiegética y experimental Synecdoche, New York (2008), que nos
encontramos nuevamente frente a la naturaleza de un héroe como
Jon Savage, el artista malinterpretado, sensible, de alguna manera
victorioso y aún así violento en su desdicha.
A Philip Seymour Hoffman se le podrá recordar por un sinnúmero
de personajes, algunos más afamados que otros por el azar, la subjetividad y parcialidad de los premios y la crítica, y aunque todos
fueron sobresalientes por muchas razones, una marca indeleble
en la memoria de los que reconocimos en él a un gran actor, será
su vociferación a la dificultad y su protesta ante la desgracia. The
Savages, más que otra película de Hoffman, es una invitación a
disfrutar, una vez más, cualidades que tristemente no se volverán a
ver en el otrora hombre salvaje.
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Synecdoche, New York
-de Charlie Kaufman
La ilusión de estar muerto
Por Diego Agudelo Gómez
Medellín, Colombia
Cuando Philip Seymour Hoffman murió en febrero de este
año, lamenté, como medio mundo, su deceso prematuro
y pensé, como el otro medio mundo, en cuántas películas
quedarán incompletas solo porque no tendrán entre su
elenco a este hombre al que los medios llamaron “actor total” como
si en esas dos palabras pudieran abreviar su endiablado talento.
Ya sé que es inútil el ejercicio de imaginar ese universo paralelo
en el que Philip no murió y sigue teniendo por delante dos o tres
estrenos por año, sin embargo, me atrevo a decir que fuimos miles
los que intentamos dilucidar esa realidad alternativa pero ¿cuántos
de nosotros puede mostrar si quiera una minúscula porción de ese
mundo en el que Philip Seymour Hoffman sigue vivo? Creo que solo
una persona lo ha logrado y lo hizo anticipándose un par de años a
esta tragedia.
Lo digo porque después de ver por tercera vez Synecdoche, New
York, la película escrita y dirigida por Charlie Kaufman en 2008, sentí
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