Un actor y un director,
relacionados
simbióticamente para hacer una de las más sólidas
filmografías del cine norteamericano.
Cualquiera puede hablar de
uno en su funeral. Uno ya no
está para oponerse, no escogió
el color del ataúd, ni los cantos
que entona el coro, ni la ropa
que le pusieron para enterrarlo.
Así que cualquiera que se crea
con autoridad puede pararse
sin mucha resistencia por parte
de la familia del difunto y decir
en el micrófono lo que se le
venga a la cabeza. Pero si el que
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habla cuenta cuáles fueron las
palabras que uno pronunciaba
para confesar lo enamorado que
estaba de su esposa, porque se
las dijo a él, significa que quien
está hablando es alguien realmente cercano. Un amigo. Eso
fue lo que hizo Paul Thomas
Anderson durante el entierro
de Philip Seymour Hoffman, el
7 de febrero de este año en la
Iglesia de San Ignacio de Loyola
en New York. “Hombre, ella
tiene el cuerpo más grandioso”
contó Paul que le decía Philip,
causando algunas inevitables
risas en la concurrencia, a pesar
de la ocasión.
Él mismo se había enamorado
de Seymour Hoffman cuando
lo vio actuar en Perfume de
mujer (Scent of a Woman, 1992)
como lo dice, con esas palabras
(“falling in love”) en los contenidos adicionales del DVD de
Sydney (1996), su ópera prima.
Se quedó viendo a ese joven rubio y robusto, que con muchos
menos segundos en pantalla se
quedaba más en la memoria del
espectador que Chris O’Donnell,
el apuesto y patético coprotagonista. Supo Anderson desde ese
momento que quería trabajar
con aquel actor.
Como en toda historia de
amor, lo mágico del asunto es
que eran más cercanos de lo
que se podían imaginar, pues
un buen amigo de Seymour
Hoffman actuaría al año siguiente
en Cigarettes & Coffee (1993),
el segundo cortometraje de
Anderson, que sería estrenado
en el festival de Sundance. El
amigo de Philip le pidió que
fuera a la presentación en Utah
y ambos alquilaron un lugar
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barato. Allí Anderson y Seymour
se conocerían por fin, el uno, un
joven director de 22 años y el
otro, un no tan joven actor (para
los estándares de Hollywood) de
25. Sin embargo, el contacto y la
amistad solo empezarían un año
después, cuando el mánager
de Philip le llevó el guión de
Sidney que había escrito “un
fan”. Maravillado por tener un
fan, bastó una lectura para que
Seymour Hoffman supiera que
este largometraje era del mismo
director del corto con su amigo
que tanto había disfrutado,
pues Sidney es, básicamente,
una ampliación de aquel.
En la misma declaración,
Anderson confiesa que escribió
aquel personaje de Sidney con
Phil en mente y que sabía que
era uno más de esos papeles de
imbéciles mal hablados que le
ofrecían ya todos en Hollywood,
como una costumbre, pero que
no se sentía mal por ello porque
esperaba que con el suyo llegara
al máximo de ese tipo de interpretación. No sería en Sidney,
pero en su siguiente película,
una escena en particular le
gritaría al mundo entero lo talentoso que era aquel tipo.
También conocida como Hard Eight – nota del ed.
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