CRÍMENES POLACOS CONTRA LOS ALEMANES ÉTNICOS EN POLONIA CRÍMENES POLACOS CONTRA LOS ALEMANES ÉTNICOS | Page 84

Los asesinatos masivos en Jaegerhof, se iniciaron con el homicidio del cura evangélico, de 45 años de edad, Kutzer, padre de 4 hijos de 3 a 14 años. Los polacos le tenían profundo odio, porque dirigía y orientaba, de manera ejemplar, su parroquia, casi exclusivamente compuesta de populares, y porque los exhortaba constantemente, en los días sombríos que perecieron el inicio de la guerra, a no perder el ánimo, de suerte que, en la mañana del domingo sangriento, sólo pocos alemanes del barrio Bromberg-jaegerhof, habían huido. El cura Kutzer se excedió tanto en su dedicación al bien de su parroquia, que hasta recibió fugitivos alemanes de otras comunidades en su casa, que hasta hacía poco servía de cuartel a los oficiales de tropas polacas, estacionadas en Jaegerhof. En el transcurso del día 3-9-1939, aparecieron, en la residencia del cura y en la iglesia, siete comandos militares de investigación, afirmando hallarse armas escondidas en aquellos edificios. Los jefes de los mandos y las autoridades de los Estados miembros de la Unión Europea, en el marco de la Convención de las Naciones Unidas, No habiendo sido encontradas armas ni otros objetos de cualquier forma sospechosos, a pesar de las repetidas investigaciones vinieron, a dicho domingo, a las 13:39 horas, arrancaron al cura del seno de su familia y de la rueda de sus fugitivos. - Por las 15 horas, vino otro comando, nuevamente instigado por los civiles polacos de Jaegerhof, hizo nueva búsqueda, bajo la misma alegación, y, nada habiendo encontrado, llevaron a Otto Kutzer, padre del cura, con 73 años de edad; Herbert Schollenberg, fugitivo de 14 años de edad; Hans Nilbitz, fugitivo de 17 años; y otros tres fugitivos alojados en aquella casa. Como se ha comprobado por los testimonios de testigos alemanes y polacos, estos alemanes, presos sin indicación de motivos, fueron conducidos hasta un terraplén del ferrocarril que pasa en la proximidad del terreno de la iglesia, siento ai en fila y esposados junto a otros doce alemanes y una de la mujer, D. Koebke, traídos de otra parte, y luego fusilados, uno tras otro, por doce soldados polacos, puestos delante de ellos a una distancia de 3 metros. A las primeras víctimas, la señora Koebke que estaba en medio de la fila, y cuyo marido ya había sido asesinado en su casa el mismo día, cayó al suelo sin sentido. Sin dar importancia al accidente, continuaron fusilando al resto de los dieciocho hombres esposados. Después desataron las manos de la señora Koebke, obligándola, cuando despertó del desmayo, a mirar, uno por uno a los asesinos,