CRÍMENES POLACOS CONTRA LOS ALEMANES ÉTNICOS EN POLONIA CRÍMENES POLACOS CONTRA LOS ALEMANES ÉTNICOS | Page 164
Peisern, donde llegamos al correr de la noche. Hemos sido alojados en un salón
en el que cabrían bien unos 50 a 60 hombres.
Se puede imaginar cómo, de 300 a 400 personas, quedamos acomodados. Fue
un verdadero caos; nadie pudo salir para hacer sus necesidades; nadie recibió
agua. Sólo en la mañana siguiente nos dieron agua y algunos panes. Afirmo que,
en la noche, nos ataron el uno al otro, a los dos; parejas que fueron atadas en
grupos de tres, por medio de cuerdas. Continuamos nuestra marcha, vía Konin,
hacia Turek. En el camino perdimos nuestros primeros muertos.
El viejo barón Gersdoff, habiendo perdido las fuerzas, empezó a delirar, yendo
unos pasos a tambalearse hacia atrás, siendo entonces muerto a tiro de carabina
por un suboficial polaco. Se quedaba oscuro y las calles se hallaban apiñadas de
fugitivos. Aproveche la oportunidad para beber agua, consiguiendo reunirme a
una clase de unos 50 desbandados.
Como no sabíamos qué hacer, nos presentamos a la estación de policía más
cercana. Caminando por las calles de la aldea, topamos con una patrulla de
infantería polaca que nos condujo a la prisión de Turek, donde paramos sólo poco
tiempo, después de haber sido trasladados a un bosque.
En el camino, uno de mis compañeros intentó suicidarse, precipitándose en un
pozo de agua. Los soldados dispararon sobre él tres tiros, cayendo en el pozo.
Llegamos al bosque, fuimos colados a lo largo de la cerca de una propiedad,
declarándonos un oficial polaco que estábamos condenados a muerte. Oímos esa
noticia, uno de mis compañeros, Fritz Sonnenberg de Czempin, intentó huir,
siendo disparado por tres tiros.
Nos condujeron hacia la carretera con el fin de marchar hacia un aire, donde
seríamos fusilados. Tuvimos que marchar varios kilómetros, de brazos erguidos.
Aquel cuyo brazo flaqueaba, recibía golpes con la bayoneta o la culata. Detrás de
mí, oí caer tiros, donde concluye, por los gritos de los heridos, que otros
compañeros iban perdiendo la vida.
El constructor Baumann cogió terribles culatazos; el propietario Hoffmenn-
Waldau, de Kurschen, cerca de Schmiegel, se quedó con siete heridas producidas
por golpes de sable. He sido herido de la misma manera en el brazo derecho.
Finalmente, paramos en una plaza frente a una iglesia donde nos mandaron a
echar, como el vientre en el suelo, los brazos extendidos hacia adelante.
Esperábamos la muerte, pero los soldados se aprovecharon de nuestra posición