Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Corrió a la puerta, escuchó, cogió su sombrero y empezó a bajar
la escalera cautelosamente, con paso silencioso, felino... Le
faltaba la operación más importante: robar el hacha de la cocina.
Hacía ya tiempo que había elegido el hacha como instrumento. Él
tenía una especie de podadera, pero esta herramienta no le
inspiraba confianza, y todavía desconfiaba más de sus fuerzas. Por
eso había escogido definitivamente el hacha.
Respecto a estas resoluciones, hemos de observar un hecho
sorprendente: a medida que se afirmaban, le parecían más
absurdas y monstruosas. A pesar de la lucha espantosa que se
estaba librando en su alma, Raskolnikof no podía admitir en modo
alguno que sus proyectos llegaran a realizarse.
Es más, si todo hubiese quedado de pronto resuelto, si todas las
dudas se hubiesen desvanecido y todas las dificultades se
hubiesen allanado, él, seguramente, habría renunciado en el acto
a su proyecto, por considerarlo disparatado, monstruoso. Pero
quedaban aún infinidad de puntos por dilucidar, numerosos
problemas por resolver. Procurarse el hacha era un detalle
insignificante que no le inquietaba lo más mínimo. ¡Si todo fuera
tan fácil! Al atardecer, Nastasia no estaba nunca en casa: o
pasaba a la de algún vecino o bajaba a las tiendas. Y siempre se
dejaba la puerta abierta. Estas ausencias eran la causa de las
continuas amonestaciones que recibía de su dueña. Así, bastaría
entrar silenciosamente en la cocina y coger el hacha; y después,
una hora más tarde, cuando todo hubiera terminado, volver a
dejarla en su sitio. Pero esto último tal vez no fuera tan fácil.
Podía ocurrir que cuando él volviera y fuese a dejar el hacha en su
sitio, Nastasia estuviera ya en la casa. Naturalmente, en este
caso, él tendría que subir a su aposento y esperar una nueva
ocasión. Pero ¿y si ella, entre tanto, advertía la desaparición del
hacha y la buscaba primero y después empezaba a dar gritos? He
aquí cómo nacen las sospechas o, cuando menos, cómo pueden
nacer.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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