Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Después de todo eso -dijo resueltamente, con el propósito de
exasperarle-, no me cabe la menor duda de que ha venido aquí
por mi hermana.
-Nada de eso -respondió Svidrigailof haciendo esfuerzos por
serenarse-. Ya le he dicho que... Además, su hermana no me
puede ver.
-No lo dudo, pero no se trata de eso.
-¿De modo que está usted seguro de que no me puede soportar?
-Svidrigailof le hizo un guiño y sonrió burlonamente-. Tiene usted
razón: le soy antipático. Pero nunca se pueden poner las manos al
fuego sobre lo que pasa entre marido y mujer o entre dos
amantes. Siempre hay un rinconcito oculto que sólo conocen los
interesados. ¿Está usted seguro de que Avdotia Romanovna me
mira con repugnancia?
-Ciertas frases y consideraciones de su relato me demuestran
que usted sigue abrigando infames propósitos sobre Dunia.
Svidrigailof no se mostró en modo alguno ofendido por el
calificativo que Raskolnikof acababa de aplicar a sus propósitos, y
exclamó con ingenuo temor:
-¿De veras se me han escapado frases y reflexiones que le han
hecho pensar a usted eso?
-En este mismo momento está usted dejando entrever sus fines.
¿De qué se ha asustado? ¿Cómo explica usted esos repentinos
temores?
-¿Que yo me he asustado? ¿Que tengo miedo? ¿Miedo de usted?
Es usted el que puede temerme a mí, cher ami. ¡Qué tonterías!
Por lo demás, estoy borracho, ya lo veo. Si bebiera un poco más
podría cometer algún disparate. ¡Que se vaya al diablo la bebida!
¡Eh, traedme agua!
Cogió la botella de champán y la arrojó por la ventana sin
contemplaciones. Felipe le trajo agua.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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