Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
entender son absurdos e inútiles, admito la reserva de esa joven
para conmigo. Ella expresa de este modo su libertad de acción,
que es el único derecho que puede ejercer. Desde luego, si ella
viniera a decirme: «Te quiero, yo me sentiría muy feliz, pues esa
muchacha me gusta mucho, pero en las circunstancias actuales
nadie se muestra con ella más respetuoso que yo. Me limito a
esperar y confiar.
-Sería más práctico que le hiciera usted un regalito. Estoy seguro
de que no ha pensado en ello.
-Usted no comprende nada, se lo repito. La situación de esa
muchacha le autoriza a pensar así, desde luego; pero no se trata
de eso, no, de ningún modo. Usted la desprecia sin más ni más.
Aferrándose a un hecho que le parece, erróneamente,
despreciable, se niega a considerar humanamente a un ser
humano. Usted no sabe cómo es esa joven. Lo que me contraría
es que en estos últimos tiempos ha dejado de leer. Ya no me pide
libros, como hacía antes. También me disgusta que, a pesar de
toda su energía y de todo el espíritu de protesta que ha
demostrado, dé todavía pruebas de cierta falta de resolución, de
independencia, por decirlo así; de negación, si quiere usted, que
le impide romper con ciertos prejuicios..., con ciertas estupideces.
Sin embargo, esa muchacha comprende perfectamente muchas
cosas. Por ejemplo se ha dado exacta cuenta de lo que supone la
costumbre de besar la mano, mediante la cual el hombre ofende a
la mujer, puesto que le demuestra que no la considera igual a él.
He debatido esta cuestión con mis compañeros y he expuesto a la
chica los resultados del debate. También me escuchó atentamente
cuando le hablé de las asociaciones obreras de Francia. Ahora le
estoy explicando el problema de la entrada libre en las casas
particulares en nuestra sociedad futura.
-¿Qué es eso?
-En estos últimos tiempos se ha debatido la cuestión siguiente:
un miembro de la commune, ¿tiene derecho a entrar libremente
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