Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Además, el hombre de ayer no existe. Lo que tú pretendes es
desconcertarme, irritarme hasta el máximo, para asestarme al fin
el golpe decisivo. Pero te equivocas; saldrás trasquilado... ¿Por
qué hablará con segundas palabras? Pretende aprovecharse del
mal estado de mis nervios... No, amigo mío, no te saldrás con la
tuya. No sé lo que habrás tramado, pero te llevarás un chasco
mayúsculo. Vamos a ver qué es lo que tienes preparado.»
Y reunió todas sus fuerzas para afrontar valerosamente la
misteriosa catástrofe que preveía. Experimentaba un ávido deseo
de arrojarse sobre Porfirio Petrovitch y estrangularlo.
En el momento de entrar en el despacho del juez, ya había
temido no poder dominarse. Sentía latir su corazón con violencia;
tenía los labios resecos y espesa la saliva. Sin embargo, decidió
guardar silencio para no pronunciar ninguna palabra imprudente.
Comprendía que ésta era la mejor táctica que podía seguir en su
situación, pues así no solamente no corría peligro de
comprometerse, sino que tal vez conseguiría irritar a su
adversario y arrancarle alguna palabra imprudente. Ésta era su
esperanza por lo menos.
-Ya veo que no me ha creído usted -prosiguió Porfirio-. Usted
supone que todo esto son bromas inocentes.
Se mostraba cada vez más alegre y no cesaba de dejar oír una
risita de satisfacción, mientras de nuevo iba y venía por el
despacho.
-Comprendo que lo haya tomado usted a broma. Dios me ha
dado una figura que sólo despierta en los demás pensamientos
cómicos. Tengo el aspecto de un bufón. Sin embargo, quiero
decirle y repetirle una cosa, mi querido Rodion Romanovitch...
Pero, ante todo, le ruego que me perdone este lenguaje de viejo.
Usted es un hombre que está en la flor de la vida, e incluso en la
primera juventud, y, como todos los jóvenes, siente un especial
aprecio por la inteligencia humana. La agudeza de ingenio y las
deducciones abstractas le seducen. Esto me recuerda los antiguos
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 417