Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
que está llena de prevenciones contra mí. En cambio, contando
con la ayuda de usted, yo creo...
-No espere que le ayude -le interrumpió Raskolnikof.
-Permítame una pregunta. Hasta ayer no llegaron su madre y su
hermana, ¿verdad?
Raskolnikof no contestó.
-Sí, sé que llegaron ayer. Y yo llegué anteayer. Pues bien, he
aquí lo que quiero decirle, Rodion Romanovitch. Creo innecesario
justificarme, pero permítame otra pregunta: ¿qué hay de criminal
en mi conducta, siempre, claro es, que se miren las cosas
imparcialmente y sin prejuicios? Usted me dirá que he perseguido
en mi propia casa a una muchacha indefensa y que la he insultado
con mis proposiciones deshonestas (ya ve usted que yo mismo me
adelanto a enfrentarme con la acusación), pero considere usted
que soy un hombre et nihil humanum... En una palabra, que soy
susceptible de caer en una tentación, de enamorarme, pues esto
no depende de nuestra voluntad. Admitido esto, todo se explica
del modo más natural. La cuestión puede plantearse así: ¿soy un
monstruo o una víctima? Yo creo que soy una víctima, pues
cuando proponía al objeto de mi pasión que huyera conmigo a
América o a Suiza alimentaba los sentimientos más respetuosos y
sólo pensaba en asegurar nuestra felicidad común. La razón es
esclava de la pasión, y era yo el primer perjudicado por ella...
-No se trata de eso -replicó Raskolnikof con un gesto de
disgusto-. Esté usted equivocado o tenga razón, nos parece usted
un hombre sencillamente detestable y no queremos ningún trato
con usted. No quiero verle en mi casa. ¡Váyase!
Svidrigailof se echó a reír de buena gana.
-¡A usted no hay modo de engañarlo! -exclamó con franca
alegría-. He querido emplear la astucia, pero estos procedimientos
no se han hecho para usted.
-Sin embargo, sigue usted intentando embaucarme.
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