Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
síncope...! ¡El diablo les lleve! Comprendo que todo esto es
humillante, pero yo, en tu lugar, me reiría de ellos, me reiría en
sus propias narices. Es más: les escupiría en plena cara y les daría
una serie de sonoras bofetadas. ¡Escúpeles, Rodia! ¡Hazlo...! ¡Es
intolerable!
«Ha soltado su perorata como un actor consumado», se dijo
Raskolnikof.
-¡Que les escupa! -exclamó amargamente-. Eso es muy fácil de
decir. Mañana, nuevo interrogatorio. Me veré obligado a
rebajarme a dar nuevas explicaciones. ¿Es que no me humillé
bastante ayer ante Zamiotof en aquel café donde nos
encontramos?
-¡Así se los lleve a todos el diablo! Mañana iré a ver a Porfirio, y
te aseguro que esto se aclarará. Le obligaré a explicarme toda la
historia desde el principio. En cuanto a Zamiotof...
«Al fin lo he conseguido», pensó Raskolnikof.
-¡Óyeme! --exclamó Rasumikhine, cogiendo de súbito a su amigo
por un hombro-. Hace un momento divagabas. Después de
pensarlo bien, te aseguro que divagabas. Has dicho que la
pregunta sobre los pintores era un lazo. Pero reflexiona. Si tú
hubieses tenido «eso» sobre la conciencia, ¿habrías confesado que
habías visto a los pintores? No: habrías dicho que no habías visto
nada, aunque esto hubiera sido una mentira. ¿Quién confiesa una
cosa que le compromete?
-Si yo hubiese tenido «eso» sobre la conciencia, seguramente
habría dicho que había visto a los pintores, y el piso abierto -lijo
Raskolnikof, dando muestras de mantener esta conversación con
profunda desgana.
-Pero ¿por qué decir cosas que le comprometen a uno?
-Porque sólo los patanes y los incautos lo niegan todo por
sistema. Un hombre avisado, por poco culto e inteligente que sea,
confiesa, en la medida de lo posible, todos los hechos materiales
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 331