Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
vendrá a informarlas y ustedes podrán acostarse, cosa que buena
falta les hace, pues bien se ve que están agotadas.
Y se fue corriendo por el pasillo.
-¡Qué joven tan avispado... y tan amable! -exclamó Pulqueria
Alejandrovna, complacida.
-Yo creo que es una excelente persona -dijo Dunia
calurosamente y reanudando sus paseos por la habitación.
Alrededor de una hora después, volvieron a oírse pasos en el
corredor y de nuevo golpearon la puerta. Esta vez las dos mujeres
habían esperado con absoluta confianza la segunda visita de
Rasumikhine, cuya palabra ya no ponían en duda. En efecto, era
él y le acompañaba Zosimof. Éste no había vacilado en dejar la
reunión para ir a ver al enfermo. Sin embargo, Rasumikhine había
tenido que insistir para que accediera a visitar a las dos mujeres:
no se fiaba de su amigo, cuyo estado de embriaguez era evidente.
Pero pronto se tranquilizó, e incluso se sintió halagado, al ver que,
en efecto, se le esperaba como a un oráculo. Durante los diez
minutos que duró su visita consiguió devolver la confianza a
Pulqueria Alejandrovna. Mostró gran interés por el enfermo, pero
habló en un tono reservado y austero, muy propio de un médico
de veintisiete años llamado a una consulta de extrema gravedad.
Ni se permitió la menor digresión, ni mostró deseo alguno de
entablar relaciones más íntimas y amistosas con las dos mujeres.
Como apenas entró advirtiera la belleza deslumbrante de Avdotia
Romanovna, procuró no prestarle la menor atención y dirigirse
exclusivamente a la madre. Todo esto le proporcionaba una
extraordinaria satisfacción.
Manifestó que había encontrado al enfermo en un estado
francamente
satisfactorio.
Según
sus
observaciones,
la
enfermedad se debía no sólo a las condiciones materiales en que
su paciente había vivido durante mucho tiempo, sino a otras
causas de índole moral. Se trataba, por decirlo así, del complejo
resultado de diversas influencias: inquietudes, cuidados, ideas,
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