Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
monumentos. Aquí encontré un empleo, pero pronto lo perdí.
¿Comprende, señor? Esta vez fui yo el culpable: ya me dominaba
el vicio de la bebida. Ahora vivimos en un rincón que nos tiene
alquilado Amalia Ivanovna Lipevechsel. Pero ¿cómo vivimos, cómo
pagamos el alquiler? Eso lo ignoro. En la casa hay otros muchos
inquilinos: aquello es un verdadero infierno. Entre tanto, la hija
que tuve de mi primera mujer ha crecido. En cuanto a lo que su
madrastra la ha hecho sufrir, prefiero pasarlo por alto. Pues
Catalina Ivanovna, a pesar de sus sentimientos magnánimos, es
una mujer irascible e incapaz de contener sus impulsos... Sí, así
es. Pero ¿a qué mencionar estas cosas? Ya comprenderá usted
que Sonia no ha recibido una educación esmerada. Hace muchos
años intenté enseñarle geografía e historia universal, pero como
yo no estaba muy fuerte en estas materias y, además, no
teníamos buenos libros, pues los libros que hubiéramos podido
tener..., pues..., ¡bueno, ya no los teníamos!, se acabaron las
lecciones. Nos quedamos en Ciro, rey de los persas. Después leyó
algunas novelas, y últimamente Lebeziatnikof le prestó La
Fisiología, de Lewis. Conoce usted esta obra, ¿verdad? A ella le
pareció muy interesante, e incluso nos leyó algunos pasajes en
voz alta. A esto se reduce su cultura intelectual. Ahora, señor, me
dirijo a usted, por mi propia iniciativa, para hacerle una pregunta
de orden privado. Una muchacha pobre pero honesta, ¿puede
ganarse bien la vida con un trabajo honesto? No ganará ni quince
kopeks al día, señor mío, y eso trabajando hasta la extenuación,
si es honesta y no posee ningún talento. Hay más: el consejero de
Estado Klopstock Iván Ivanovitch..., ¿ha oído usted hablar de
él...?, no solamente no ha pagado a Sonia media docena de
camisas de Holanda que le encargó, sino que la despidió
ferozmente con el pretexto de que le había tomado mal las
medidas y el cuello le quedaba torcido.
»Y los niños, hambrientos...
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