CRIMEN Y CASTIGO crimen y castigo | Page 68

de su cara. Sus facciones, extremadamente finas, sólo expresaban cierto descaro. Miró a Raskolnikof al soslayo e incluso con una especie de indignación. Su aspecto era por demás miserable, pero su actitud no tenía nada de modesta. Raskolnikof cometió la imprudencia de sostener con tanta osadía aquella mirada, que el funcionario se sintió ofendido. ¿Qué haces aquí tú? exclamó éste, asombrado sin duda de que semejante desharrapado no bajara los ojos ante su mirada fulgurante. He venido porque me han llamado repuso Raskolnikof . He recibido una citación. Es ese estudiante al que se reclama el pago de una deuda se apresuró a decir el secretario, levantando la cabeza de sus papeles . Aquí está y presentó un cuaderno a Raskolnikof, señalándole lo que debía leer. «¿Una deuda...? ¿Qué deuda? pensó Raskolnikof . El caso es que ya estoy seguro de que no se me llama por... aquello.» Se estremeció de alegría. De súbito experimentó un alivio inmenso, indecible, un bienestar inefable. Pero ¿a qué hora le han dicho que viniera? le gritó el ayudante, cuyo mal humor había ido en aumento . Le han citado a las nueve y media, y son ya más de las once. No me han entregado la citación hasta hace un cuarto de hora repuso Raskolnikof en voz no menos alta. Se había apoderado de él una cólera repentina y se entregaba a ella con cierto placer . ¡Bastante he hecho con venir enfermo y con fiebre! ¡No grite, no grite! Yo no grito; estoy hablando como debo. Usted es el que grita. Soy estudiante y no tengo por qué tolerar que se dirijan a mí en ese tono. Esta respuesta irritó de tal modo al oficial, que no pudo contestar en seguida: sólo sonidos inarticulados salieron de sus contraídos labios. Después saltó de su asiento. ¡Silencio! ¡Está usted en la comisaría! Aquí no se admiten insolencias. ¡También usted está en la comisaría! replicó Raskolnikof , y, no contento con proferir esos gritos, está fumando, lo que es una falta de respeto hacia todos nosotros. Al pronunciar estas palabras experimentaba un placer indescriptible. El secretario presenciaba la escena con una sonrisa. El fogoso ayudante pareció dudar un momento. ¡Eso no le incumbe a usted! respondió al fin con afectados gritos . Lo que ha de hacer es prestar la declaración que se le pide. Enséñele el documento, Alejandro Grigorevitch. Se ha presentado una denuncia contra usted. ¡Usted no paga sus deudas! ¡Buen pájaro está hecho! Pero Raskolnikof ya no le escuchaba: se había apoderado ávidamente del papel y trataba, con visible impaciencia, de hallar la clave del enigma. Una y otra vez leyó el documento, sin conseguir entender ni una palabra. Pero ¿qué es esto? preguntó al secretario. Un efecto comercial cuyo pago se le reclama. Ha de entregar usted el importe de la deuda, más las costas, la multa, etcétera, o declarar por escrito en qué fecha podrá hacerlo. Al mismo tiempo, habrá de comprometerse a no salir de la capital, y también a no vender ni empeñar nada de lo que posee hasta que   67