CRIMEN Y CASTIGO crimen y castigo | Page 64

En este momento, un rayo de sol iluminó su bota izquierda, y Raskolnikof descubrió, a través de un agujero del calzado, una mancha acusadora en el calcetín. Se quitó la bota y comprobó que, en efecto, era una mancha de sangre: toda la puntera del calcetín estaba manchada... «Pero ¿qué hacer? ¿Dónde tirar los calcetines, los flecos, el bolsillo...?» En pie en medio de la habitación, con aquellas piezas acusadoras en las manos, se preguntaba: «¿Debo de echarlo todo en la estufa? No hay que olvidar que las investigaciones empiezan siempre por las estufas. ¿Y si lo quemara aquí mismo...? Pero ¿cómo, si no tengo cerillas? lo mejor es que me lo lleve y lo tire en cualquier parte. Sí, en cualquier parte y ahora mismo.» Y mientras hacía mentalmente esta afirmación, se sentó de nuevo en el diván. Luego, en vez de poner en práctica sus propósitos, dejó caer la cabeza en la almohada. Volvía a sentir escalofríos. Estaba helado. De nuevo se echó encima su abrigo de estudiante. Varias horas estuvo tendido en el diván. De vez en cuando pensaba: «Sí, hay que ir a tirar todo esto en cualquier parte, para no pensar más en ello. Hay que ir inmediatamente.» Y más de una vez se agitó en el diván con el propósito de levantarse, pero no le fue posible. Al fin un golpe violento dado en la puerta le sacó de su marasmo. ¡Abre si no te has muerto! gritó Nastasia sin dejar de golpear la puerta con el puño . Siempre está tumbado. Se pasa el día durmiendo como un perro. ¡Como lo que es! ¡Abre ya! ¡Son más de las diez! Tal vez no esté dijo una voz de hombre. «La voz del portero se dijo al punto Raskolnikof . ¿Qué querrá de mí?» Se levantó de un salto y quedó sentado en el diván. El corazón le latía tan violentamente, que le hacía daño. Y echado el pestillo observó Nastasia . Por lo visto, tiene miedo de que se lo lleven... ¿Quieres levantarte y abrir de una vez? «¿Qué querrán? ¿Qué hace aquí el portero? ¡Se ha descubierto todo, no cabe duda! ¿Debo abrir o hacerme el sordo? ¡Así cojan la peste!» Se levantó a medias, tendió el brazo y tiró del pestillo. La habitación era tan estrecha, que podía abrir la puerta sin dejar el diván. No se había equivocado: eran Nastasia y el portero. La sirvienta le dirigió una mirada extraña. Raskolnikof miraba al portero con desesperada osadía. Éste presentaba al joven un papel gris, doblado y burdamente lacrado. Esto han traído de la comisaría. ¿De qué comisaría? De la comisaría de policía. ¿De qué comisaría ha de ser? Pero ¿qué quiere de mí la policía? ¿Yo qué sé? Es una citación y tiene que ir. Miró fijamente a Raskolnikof, pasó una mirada por el aposento y se dispuso a marcharse. Tienes cara de enfermo dijo Nastasia, que no quitaba ojo a Raskolnikof. Al oír estas palabras, el portero volvió la cabeza, y la sirvienta le dijo : Tiene fiebre desde ayer. Raskolnikof no contestó. Tenía aún el pliego en la mano, sin abrirlo. Quédate acostado dijo Nastasia, compadecida, al ver que Raskolnikof se disponía a levantarse . Si estás enfermo, no vayas. No hay prisa.   63