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Ln Siberia. O orillas de un ancho río que discurre por tierras desiertas hay una
ciudad, uno de los centros administrativos de Rusia. La ciudad contiene una
fortaleza, y la fortaleza, una prisión. En este presidio está desde hace nueve
meses el condenado a trabajos forzados de la segunda categoría Rodion
Raskolnikof. Cerca de año y medio ha transcurrido desde el día en que cometió
su crimen. La instrucción de su proceso no tropezó con dificultades. El culpable
repitió su confesión con tanta energía como claridad, sin embrollar las
circunstancias, sin suavizar el horror de su perverso acto, sin alterar la verdad
de los hechos, sin olvidar el menor incidente. Relató con todo detalle el
asesinato y aclaró el misterio del objeto encontrado en las manos de la vieja,
que era, como se recordará, un trocito de madera unido a otro de hierro.
Explicó cómo había cogido las llaves del bolsillo de la muerta y describió
minuciosamente tanto el cofre al que las llaves se adaptaban como su
contenido.
Incluso enumeró algunos de los objetos que había encontrado en el cofre.
Explicó la muerte de Lisbeth, que había sido hasta entonces un enigma. Refirió
cómo Koch, seguido muy pronto por el estudiante, había golpeado la puerta y
repitió palabra por palabra la conversación que ambos sostuvieron.
Después él se había lanzado escaleras abajo; había oído las voces de Mikolka
y Mitri y se había escondido en el departamento desalquilado.
Finalmente habló de la piedra bajo la cual había escondido (y fueron
encontrados) los objetos y la bolsa robados a la vieja, indicando que tal piedra
estaba cerca de la entrada de un patio del bulevar Vosnesensky.
En una palabra, aclaró todos los puntos. Varias cosas sorprendieron a los
magistrados y jueces instructores, pero lo que más les extrañó fue que el
culpable hubiera escondido su botín sin sacar provecho de él, y más aún, que
no solamente no se acordara de los objetos que había robado, sino que ni
siquiera pudiera precisar su numero.
Aún se juzgaba más inverosímil que no hubiera abierto la bolsa y siguiera
ignorando lo que contenía. En ella se encontraron trescientos diecisiete rublos
y tres piezas de veinte kopeks. Los billetes mayores, por estar colocados sobre
los otros, habían sufrido considerables desperfectos al permanecer tanto
tiempo bajo la piedra. Se estuvo mucho tiempo tratando de comprender por
qué el acusado mentía sobre este punto pues así lo creían , habiendo
confesado espontáneamente la verdad sobre todos los demás.
Al fin algunos psicólogos admitieron que podía no haber abierto la bolsa y
haberse desprendido de ella sin saber lo que contenía, de lo cual se extrajo la
conclusión de que el crimen se había cometido bajo la influencia de un ataque
de locura pasajera: el culpable se había dejado llevar de la manía del asesinato
y el robo, sin ningún fin interesado. Fue una buena ocasión para apoyar esa
teoría con la que se intenta actualmente explicar ciertos crímenes.
Además, que Raskolnikof era un neurasténico quedó demostrado por las
declaraciones de varios testigos: el doctor Zosimof, algunos camaradas de
universidad del procesado, su patrona, Nastasia...
Todo esto dio origen a la idea de que Raskolnikof no era un asesino corriente,
un ladrón vulgar, sino que su caso era muy distinto. Para decepción de los que
opinaban así, el procesado no se aprovechó de ello para defenderse.
Interrogado acerca de los motivos que le habían impulsado al crimen y al robo
respondió con brutal franqueza que los móviles habían sido la miseria y el
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