Capitolio y el título de bienhechores de la humanidad. Analiza un poco las
cosas antes de juzgarlas. Yo deseaba el bien de la humanidad, y centenares
de miles de buenas acciones habrían compensado ampliamente esta única
necedad, mejor dicho, esta torpeza, pues la idea no era tan necia como ahora
parece. Cuando fracasan, incluso los mejores proyectos parecen estúpidos. Yo
pretendía solamente obtener la independencia, asegurar mis primeros pasos
en la vida. Después lo habría reparado todo con buenas acciones de gran
alcance. Pero fracasé desde el primer momento, y por eso me consideran un
miserable. Si hubiese triunfado, me habrían tejido coronas; en cambio, ahora
creen que sólo sirvo para que me echen a los perros.
Pero ¿qué dices, Rodia?
Me someto a la ética, pero no comprendo en modo alguno por qué es más
glorioso bombardear una ciudad sitiada que asesinar a alguien a hachazos. El
respeto a la ética es el primer signo de impotencia. Jamás he estado tan
convencido de ello como ahora. No puedo comprender, y cada vez lo
comprendo menos, cuál es mi crimen.
Su rostro, ajado y pálido, había tomado color, pero, al pronunciar estas últimas
palabras, su mirada se cruzó casualmente con la de su hermana y leyó en ella
un sufrimiento tan espantoso, que su exaltación se desvaneció en un instante.
No pudo menos de decirse que había hecho desgraciadas a aquellas dos
pobres mujeres, pues no cabía duda de que él era el causante de sus
sufrimientos.
Querida Dunia, si soy culpable, perdóname..., aunque esto es imposible si soy
verdaderamente un criminal... Adiós; no discutamos más. Tengo que
marcharme en seguida. Te ruego que no me sigas. Tengo que pasar todavía
por casa de ... Ve a hacer compañía a nuestra madre, te lo suplico. Es el último
ruego que te hago. No la dejes sola. La he dejado hundida en una angustia a la
que difícilmente se podrá sobreponer. Se morirá o perderá la razón. No te
muevas de su lado. Rasumikhine no os abandonará. He hablado con él. No te
aflijas. Me esforzaré por ser valeroso y honrado durante toda mi vida, aunque
sea un asesino. Es posible que oigas hablar de mí todavía. Ya verás como no
tendréis que avergonzaros de mí. Todavía intentaré algo. Y ahora, adiós.
Se había despedido apresuradamente, al advertir una extraña expresión en los
ojos de Dunia mientras le hacía sus últimas promesas.
¿Por qué lloras? No llores, Dunia, no llores: algún día nos volveremos a ver...
¡Ah, espera! Se me olvidaba.
Se acercó a la mesa, cogió un grueso y empolvado libro, lo abrió y sacó un
pequeño retrato pintado a la acuarela sobre una lámina de marfil. Era la
imagen de la hija de su patrona, su antigua prometida, aquella extraña joven
que soñaba con entrar en un convento y que había muerto consumida por la
fiebre. Observó un momento aquella carita doliente, la besó y entregó el retrato
a Dunia.
Le hablé muchas veces de «eso». Sólo a ella le hablé dijo, recordando . Le
confié gran parte de mi proyecto, del plan que tuvo un resultado tan
lamentable. Pero tranquilízate, Dunia: ella se rebeló contra este acto como te
has rebelado tú. Ahora celebro que haya muerto.
Después volvió a sus inquietudes.
Lo más importante es saber si he pensado bien en el paso que voy a dar y que
motivará un cambio completo de mi vida. ¿Estoy preparado para sufrir las
consecuencias de la resolución que voy a llevar a cabo? Me dicen que es
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