¡Qué importa! Desde luego, disparando a tres pasos es imposible fallar. Pero
si usted no me mata...
Sus ojos centellearon y dio dos pasos más. Dunetchka disparó, pero no salió la
bala.
Ese revólver está mal cargado. Pero no importa: le queda una bala todavía.
Arréglelo. Espero.
Estaba a dos pasos de la joven y la miraba con una ardiente fijeza que
expresaba una resolución indómita. Dunia comprendió que preferiría morir a
renunciar a ella. Y... y ahora estaba segura de matarle, ya que sólo lo tenía a
dos pasos.
De pronto arrojó el arma.
¡No quiere matarme! exclamó Svidrigailof, asombrado.
Luego respiró profundamente. Su alma acababa de librarse de un gran peso
que no era sólo el temor a la muerte. Sin embargo, le habría sido difícil explicar
lo que sentía. Tenía la sensación de que se había librado de otro sentimiento
más penoso que el de la muerte, pero no lograba identificarlo.
Se acercó a Dunia y la enlazó suavemente por el talle. Ella no opuso la menor
resistencia, pero temblaba como una hoja y le miraba con ojos suplicantes. Él
intentó hablarle, mas sus labios sólo consiguieron hacer una mueca. No pudo
pronunciar una sola palabra.
¡Déjame! suplicó Dunia.
Svidrigailof se estremeció. Este tuteo no era el mismo que el de hacía un
momento.
Así, ¿no me amas? preguntó en un susurro.
Dunia negó con la cabeza.
¿No puedes...? ¿No podrás nunca? murmuró con acento desesperado.
Nunca respondió Dunia, también en voz baja.
Durante unos momentos se estuvo librando una lucha espantosa en el alma de
Svidrigailof. Sus ojos se habían fijado en la joven con una expresión
indescriptible. De súbito retiró el brazo con que había rodeado su talle, dio
media vuelta y se dirigió a la ventana.
Tras unos instantes de silencio, sacó la llave del bolsillo izquierdo de su gabán
y la dejó en la mesa que estaba a sus espaldas, sin volver los ojos hacia Dunia.
Ahí tiene la llave. Cójala y váyase en seguida.
Siguió mirando obstinadamente a través de la ventana.
Dunia se acercó a la mesa y cogió la llave.
¡Pronto, pronto! exclamó Svidrigailof sin hacer el menor movimiento, pero
dando a sus palabras un tono terrible.
Dunia no se lo hizo repetir. Con la llave en la mano, corrió hacia la puerta, la
abrió precipitadamente y salió a toda prisa. Un instante después corría como
una loca a lo largo del canal en dirección al puente de ...
Svidrigailof permaneció todavía tres minutos ante la ventana. Después se
volvió lentamente, dirigió una mirada en torno a él y se pasó la mano por la
frente. Una sonrisa horrible crispó sus facciones, una lastimosa sonrisa que
expresaba impotencia, tristeza y desesperación. Su mano se manchó de
sangre. Se la miró con un gesto de cólera. Luego mojó una toalla y se lavó la
sien. El revólver arrojado por Dunia había rodado hasta la puerta. Lo recogió y
empezó a examinarlo. Era pequeño, de tres tiros y de antiguo modelo. Aún
quedaba en él una bala. Tras un momento de reflexión, se lo guardó en el
bolsillo, cogió el sombrero y se marchó.
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