no quiere y con el que no tiene nada en común. Aunque el señor Lujine
estuviera hecho de oro puro y brillantes, Dunia no se avendría a ser su
concubina legítima. ¿Por qué, pues, lo ha aceptado?
»¿Qué misterio es éste? ¿Dónde está la clave del enigma? La cosa no puede
estar más clara: ella no se vendería jamás por sí misma, por su bienestar, ni
siquiera por librarse de la muerte. Pero lo hace por otro; se vende por un ser
querido. He aquí explicado el misterio: se dispone a venderse por su madre y
por su hermano... Cuando se llega a esto, incluso violentamos nuestras más
puras convicciones. La persona pone en venta su libertad, su tranquilidad, su
conciencia. "Perezca yo con tal que mis seres queridos sean felices." Es más,
nos elaboramos una casuística sutil y pronto nos convencemos a nosotros
mismos de que nuestra conducta es inmejorable, de que era necesaria, de que
la excelencia del fin justifica nuestro proceder. Así somos. La cosa está clara
como la luz.
»Es evidente que en este caso sólo se trata de Rodion Romanovitch
Raskolnikof: él ocupa el primer plano.