volvamos a ver y te envío mi bendición maternal. Quiere a Dunia, quiere a tu
hermana, Rodia, quiérela como ella te quiere a ti; ella, cuya ternura es infinita;
ella, que te ama más que a sí misma. Es un ángel, y tú, toda nuestra vida, toda
nuestra esperanza y toda nuestra fe en el porvenir. Si tú eres feliz, lo seremos
nosotras también. ¿Sigues rogando a Dios, Rodia, crees en la misericordia de
nuestro Creador y de nuestro Salvador? Sentiría en el alma que te hubieras
contaminado de esa enfermedad de moda que se llama ateísmo. Si es así,
piensa que ruego por ti. Acuérdate, querido, de cuando eras niño; entonces, en
presencia de tu padre, que aún vivía, tú balbuceabas tus oraciones sentado en
mis rodillas. Y todos éramos felices.
»Hasta pronto. Te envío mil abrazos.
»Te querrá mientras viva
» PULQUERIA RASKOLNIKOVA.»
Durante la lectura de esta carta, las lágrimas bañaron más de una vez el rostro
de Raskolnikof, y cuando hubo terminado estaba pálido, tenía las facciones
contraídas y en sus labios se percibía una sonrisa densa, amarga, cruel. Apoyó
la cabeza en su mezquina almohada y estuvo largo tiempo pensando. Su
corazón latía con violencia, su espíritu estaba lleno de turbación. Al fin sintió
que se ahogaba en aquel cuartucho amarillo que más que habitación parecía
un baúl o una alacena. Sus ojos y su cerebro reclamaban espacio libre. Cogió
su sombrero y salió. Esta vez no temía encontrarse con la patrona en la
escalera. Había olvidado todos sus problemas. Tomó el bulevar V., camino de
Vasilievski Ostrof. Avanzaba con paso rápido, como apremiado por un negocio
urgente. Como de costumbre, no veía nada ni a nadie y susurraba palabras
sueltas, ininteligibles. Los transeúntes se volvían a mirarle. Y se decían: Está
bebido.»
IV
La carta de su madre le había trastornado, pero Raskolnikof no había vacilado
un instante, ni siquiera durante la lectura, sobre el punto principal. Acerca de
esta cuestión, ya había tornado una decisión irrevocable: «Ese matrimonio no
se llevará a cabo mientras yo viva. ¡Al diablo ese señor Lujine!»
«La cosa no puede estar más clara pensaba, sonriendo con aire triunfal y
malicioso, como si estuviese seguro de su éxito . No, mamá; no, Dunia; no
conseguiréis engañarme... Y todavía se disculpan de haber decidido la cosa
por su propia cuenta y sin pedirme consejo. ¡Claro que no me lo han pedido!
Creen que es demasiado tarde para romper el compromiso. Ya veremos si se
puede romper o no. ¡Buen pretexto alegan! Piotr Petrovitch está siempre tan
ocupado, que sólo puede casarse a toda velocidad, como un ferrocarril en
marcha. No, Dunetchka, lo veo todo claro; sé muy bien qué cosas son esas
que me tienes que decir, y también lo que pensabas aquella noche en que ibas
y venias por la habitación, y lo que confiaste, arrodillada ante la imagen que
siempre ha estado en el dormitorio de mamá: la de la Virgen de Kazán. La
subida del Gólgota es dura, muy dura... Decís que el asunto está
definitivamente concertado. Tú, Avdotia Romanovna, has decidido casarte con
un hombre de negocios, un hombre práctico que posee cierto capital (que ha
amasado ya cierta fortuna: esto suena mejor e impone más respeto). Trabaja
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