según el principio de que la mano derecha debe ignorar..., y otras mil
suposiciones parecidas. Sólo Dios sabe las conjeturas que han pasado por mi
cabeza... Decidí reflexionar más tarde a mis anchas sobre el asunto, pues no
quería cometer la indelicadeza de dejarle entrever que conocía su secreto. De
pronto me ha asaltado un temor: al no conocer su acto de generosidad, Sonia
Simonovna podía perder el dinero sin darse cuenta. Por eso he tomado la
determinación de venir a decirle que usted había depositado un billete de cien
rublos en su bolsillo. Pero, al pasar, me he detenido en la habitación de las
señoras Kobiliatnikof a fin de entregarles la «Ojeada general sobre el método
positivo» y recomendarles especialmente el artículo de Piderit, y también el de
Wagner. Finalmente, he llegado aquí y he podido presenciar el escándalo. Y
dígame: ¿se me habría ocurrido pensar en todo esto, me habría hecho todas
estas reflexiones si no le hubiera visto introducir el billete de cien rublos en el
bolsillo de Sonia Simonovna?
Andrés Simonovitch terminó este largo discurso, coronado con una conclusión
tan lógica, en un estado de extrema fatiga. El sudor corría por su frente. Por
desgracia para él, le costaba gran trabajo expresarse en ruso, aunque no
conocía otro idioma. Su esfuerzo oratorio le había agotado. Incluso parecía
haber perdido peso. Sin embargo, su alegato verbal había producido un efecto
extraordinario. Lo había pronunciado con tanto calor y convicción, que todos
los oyentes le creyeron. Piotr Petrovitch advirtió que las cosas no le iban bien.
¿Qué me importan a mí las estúpidas preguntas que hayan podido
atormentarle? exclamó . Eso no constituye ninguna prueba. Todo lo que usted
ha pensado puede ser obra de su imaginación. Y yo, señor, puedo decirle que
miente usted. Usted miente y me calumnia llevado de un deseo de venganza
personal. Usted no me perdona que haya rechazado el impío radicalismo de
sus teorías sociales.
Pero este falso argumento, lejos de favorecerle, provocó una oleada de
murmullos en contra de él.
¡Eso es una mala excusa! exclamó Lebeziatnikof . Te digo en la cara que
mientes. Llama a la policía y declararé bajo juramento. Un solo punto ha
quedado en la oscuridad para mí: el motivo que lo ha impulsado a cometer una
acción tan villana. ¡Miserable! ¡Cobarde!
Yo puedo explicar su conducta y, si es preciso, también prestaré juramento
dijo Raskolnikof con voz firme y destacándose del grupo.
Estaba sereno y seguro de si mismo. Todos se dieron cuenta desde el primer
momento de que conocía la clave del enigma y de que el asunto se acercaba a
su fin.
Ahora todo lo veo claro dijo dirigiéndose a Lebeziatnikof . Desde el principio
del incidente me he olido que había en todo esto alguna innoble intriga. Esta
sospecha se fundaba en ciertas circunstancias que sólo yo conozco y que
ahora mismo voy a revelar a ustedes. En ellas está la clave del asunto. Gracias
a su detallada exposición, Andrés Simonovitch, se ha hecho la luz en mi mente.
Ruego a todo el mundo que preste atención. Este señor señalaba a Lujine
pidió en fecha reciente la mano de una joven, hermana mía, cuyo nombre es
Avdotia Romanovna Raskolnikof; pero¿ cuando llegó a Petersburgo, hace
poco, y tuvimos nuestra primera entrevista, discutimos, y de tal modo, que
acabé por echarle de mi casa, escena que tuvo dos testigos, los cuales pueden
confirmar mis palabras. Este hombre es todo maldad. Yo no sabía que se
hospedaba en su casa, Andrés Simonovitch. Así se comprende que pudiera ver
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