tenía un Vater aus Berlin que llevaba largos redingotes y siempre iba haciendo
« ¡puaf, puaf! »
Catalina Ivanovna respondió desdeñosamente que todo el mundo conocía su
propio origen y que en su diploma se decía con caracteres de imprenta que era
hija de un coronel, mientras que el padre de Amalia Ivanovna, en el caso de
que existiera, debía de ser un lechero finés; pero que era más que probable
que ella no tuviera padre, ya que nadie sabía aún cuál era su patronímico, es
decir, si se llamaba Amalia Ivanovna o Amalia Ludwigovna.
Al oír estas palabras, la patrona, fuera de sí, empezó a golpear con el puño la
mesa mientras decía a grandes gritos que ella era Ivanovna y no Ludwigovna,
que su Vater se llamaba Johann y era bailío, cosa que no había sido jamás el
Vater de Catalina Ivanovna.
Ésta se levantó en el acto y, con una voz cuya calma contrastaba con la
palidez de su semblante y la agitación de su pecho, dijo a Amalia Ivanovna que
si osaba volver a comparar, aunque sólo fuera una vez, a su miserable Vater
con su padre, le arrancaría el gorro y se lo pisotearía.
Al oír esto, Amalia Ivanovna empezó a ir y venir precipitadamente por la
habitación, gritando con todas sus fuerzas que ella era la dueña de la casa y
que Catalina Ivanovna debía marcharse inmediatamente.
Acto seguido se arrojó sobre la mesa y empezó a recoger sus cubiertos de
plata.
A esto siguió una confusión y un alboroto indescriptibles. Los niños se echaron
a llorar. Sonia se abalanzó sobre su madrastra para intentar retenerla, pero
cuando Amalia Ivanovna aludió a la tarjeta amarilla, la viuda rechazó a la
muchacha y se fue derecha a la patrona con la intención de poner en práctica
su amenaza.
En este momento se abrió la puerta y apareció en el umbral Piotr Petrovitch
Lujine, que paseó una mirada atenta y severa por toda la concurrencia.
Catalina Ivanovna corrió hacia él.
III
Piotr Petrovitch exclamó Catalina Ivanovna , protéjame. Haga comprender a
esta mujer estúpida que no tiene derecho a insultar a una noble dama abatida
por el infortunio, y que hay tribunales para estos casos... Me quejaré ante el
gobernador general en persona y ella tendrá que responder de sus injurias...
En memoria de la hospitalidad que recibió usted de mi padre, defienda a estos
pobres huérfanos.
Permítame, señora, permítame respondió Piotr Petrovitch, tratando de
apartarla . Yo no he tenido jamás el honor, y usted lo sabe muy bien, de tratar a
su padre. Perdone, señora alguien se echó a reír estrepitosamente , pero no
tengo la menor intención de mezclarme en sus continuas disputas con Amalia
Ivanovna... Vengo aquí para un asunto personal. Deseo hablar inmediatamente
con su hijastra Sonia Simonovna. Se llama así, ¿no es cierto? Permítame...
Y Piotr Petrovitch, pasando por el lado de Catalina Ivanovna, se dirigió al
extremo opuesto de la habitación, donde estaba Sonia.
Catalina Ivanovna quedó clavada en el sitio, como fulminada. No comprendía
por qué Piotr Petrovitch negaba que había sido huésped de su padre. Esta
hospitalidad creada por su fantasía había llegado a ser para ella un artículo de
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