-¿Un gaaallito? exclamó el ex empleado de intendencia . ¿Ha dicho usted un
ga... gallito?
Catalina Ivanovna no se dignó contestar. Estaba pensativa. De pronto lanzó un
suspiro.
Luego dijo, dirigiéndose a Raskolnikof:
Usted creerá, sin duda, como cree todo el mundo, que yo era demasiado
severa con él. Pues no. Él me respetaba, me respetaba profundamente. Tenía
un hermoso corazón y yo le compadecía a veces. Cuando, sentado en su
rincón, levantaba los ojos hacia mí, yo me conmovía de tal modo, que sentía la
tentación de mostrarme cariñosa con él. Pero me retenía la idea de que
inmediatamente empezaría a beber de nuevo. Tenía que ser rigurosa, pues
éste era el único modo de frenarlo.
Sí dijo el de intendencia, apurando una nueva copa de vodka , había que
tirarle de los pelos. Y muchas veces.
Hay imbéciles replicó vivamente Catalina Ivanovna a los que no sólo habría
que tirar del pelo, sino también que echarlos a la calle a escobazos..., y no me
refiero al difunto precisamente.
Sus mejillas enrojecían cada vez más, la ahogaba la rabia y parecía a punto de
estallar. Algunos invitados reían disimuladamente: al parecer, les divertía la
escena. No faltaban los que incitaban al de intendencia, hablándole en voz
baja: eran los eternos cizañeros.
Per...mí...tame preguntarle a... quién se re...fiere usted dijo el ex empleado .
Pero no..., no vale la pena... La cosa no tiene importancia... Una viuda... Una
pobre viuda... La per... perdono... No se hable más del asunto.
Y se bebió otra copa de vodka.
Raskolnikof escuchaba todo esto en silencio y con una expresión de disgusto.
Sólo comía por no desairar a Catalina Ivanovna, limitándose a mordisquear los
manjares con que ella le llenaba continuamente el plato. Toda su atención
estaba concentrada en Sonia. Ésta temblaba, dominada por una inquietud
creciente, pues presentía que la comida terminaría mal, y seguía con la vista,
aterrada, los progresos de la exasperación de Catalina Ivanovna. Sabía muy
bien que ella misma, Sonia, había sido la causa principal del insultante desaire
con que las dos damas habían respondido a la invitación de su madrastra. Se
había enterado por Amalia Ivanovna de que la madre incluso se había sentido
ofendida y había preguntado a la patrona: «¿Cree usted que yo puedo sentar a
mi hija junto a esa... señorita?» La joven sospechaba que su madrastra estaba
enterada de ello, en cuyo caso este insulto la mortificaría más que una afrenta
dirigida contra ella misma, contra sus hijos y contra la memoria de su padre. En
fin, que Catalina Ivanovna, ante el terrible ultraje, no descansaría hasta haber
dicho a aquellas provincianas que las dos eran unas..., etc., etc.
Para colmo de desdichas, uno de los invitados que se sentaba en el otro
extremo de la mesa envió a Sonia un plato donde se veían dos corazones
traspasados por una flecha, modelados con pan de centeno. Catalina
Ivanovna, en un súbito arranque de cólera, manifestó a voz en grito que el
autor de semejante broma era seguramente un asno borracho.
Amalia Ivanovna, presa también de los peores presentimientos acerca del
desenlace de la comida y, por otra parte, herida profundamente por la aspereza
con que la trataba Catalina Ivanovna, se propuso dar un giro a la atención
general y, al mismo tiempo, hacerse valer a los ojos de todos los presentes.
Para ello empezó a contar de pronto que un amigo suyo, que era farmacéutico
264