La culpable de todo es esa detestable lechuza, de ella y sólo de ella. Ya sabe
usted de quién hablo.
Catalina Ivanovna le indicó a la patrona con un movimiento de cabeza y
continuó:
Mírela. Se da cuenta de que estamos hablando de ella, pero no puede oír lo
que decimos: por eso abre tanto los ojos. ¡La muy lechuza! ¡Ja, ja, ja! Un golpe
de tos y continuó : ¿Qué perseguirá con la exhibición de ese gorro? Tosió de
nuevo . ¿Ha observado usted que pretende hacer creer a todo el mundo que
me protege y me hace un honor asistiendo a esta comida? Yo le rogué que
invitara a personas respetables, tan respetables como lo soy yo misma, y que
diera preferencia a los que conocían al difunto. Y ya ve usted a quién ha
invitado: a una serie de patanes y puercos. Mire ese de la cara sucia. Es una
porquería viviente... Y a esos polacos nadie los ha visto nunca aquí. Yo no
tengo la menor idea de quiénes son ni de dónde han salido... ¿Para qué
demonio habrán venido? Mire qué quietecitos están... ¡Eh, pane! gritó de
pronto a uno de ellos . ¿Ha comido usted crêpes? ¡Coma más! ¡Y beba
cerveza! ¿Quiere vodka...? Fíjese: se levanta y saluda. Mire, mire... Deben de
estar hambrientos los pobres diablos. ¡Que coman! Por lo menos, no arman
bulla... Pero temo por los cubiertos de la patrona, que son de plata... Oiga,
Amalia Ivanovna -dijo en voz bastante alta, dirigiéndose a la señora
Lipevechsel , sepa usted que si se diera el caso de que desaparecieran sus
cubiertos, yo me lavaría las manos. Se lo advierto.
Y se echó a reír a carcajadas, mirando a Raskolnikof e indicando a la patrona
con movimientos de cabeza. Parecía muy satisfecha de su ocurrencia.
No se ha enterado, todavía no se ha enterado. Ahí está con la boca abierta.
Mírela: parece una lechuza, una verdadera lechuza adornada con cintas
nuevas... ¡Ja, ja, ja!
Esta risa terminó en un nuevo y terrible acceso de tos que duró varios minutos.
Su pañuelo se manchó de sangre y el sudor cubrió su frente. Mostró en silencio
la sangre a Raskolnikof, y cuando hubo recobrado el aliento, empezó a hablar
nuevamente con gran animación, mientras rojas manchas aparecían en sus
pómulos.
óigame, yo le confié la misión delicadísima, sí, verdaderamente delicada, de
invitar a esa señora y a su hija... Ya sabe usted a quién me refiero... Había que
proceder con sumo tacto. Pues bien, ella cumplió el encargo de tal modo, que
esa estúpida extranjera, esa orgullosa criatura, esa mísera provinciana, que, en
su calidad de viuda de un mayor, ha venido a solicitar una pensión y se pasa el
día dando la lata por los despachos oficiales, con un dedo de pintura en cada
mejilla, ¡a los cincuenta y cinco años...!; esa cursi, no sólo no se ha dignado
aceptar mi invitación, sino que ni siquiera ha juzgado necesario excusarse,
como exige la más elemental educación. Tampoco comprendo por qué ha
faltado Piotr Petrovitch... Pero ¿qué le habrá pasado a Sonia? ¿Dónde
estará...? ¡Ah, ya viene...! ¿Qué te ha ocurrido, Sonia? ¿Dónde te has metido?
Debiste arreglar las cosas de modo que pudieras acudir puntualmente a los
funerales de tu padre... Rodion Romanovitch, hágale sitio a su lado... Siéntate,
Sonia, y coge lo que quieras. Te recomiendo esta carne en gelatina. En
seguida traerán los crêpes... ¿Ya están servidos los niños? ¿No te hace falta
nada, Poletchka...? Pórtate bien, Lena; y tú, Kolia, no muevas las piernas de
ese modo. Compórtate como un niño de buena familia... ¿Qué hay,
Sonetchka?
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