CRIMEN Y CASTIGO crimen y castigo | Page 263

La culpable de todo es esa detestable lechuza, de ella y sólo de ella. Ya sabe usted de quién hablo. Catalina Ivanovna le indicó a la patrona con un movimiento de cabeza y continuó: Mírela. Se da cuenta de que estamos hablando de ella, pero no puede oír lo que decimos: por eso abre tanto los ojos. ¡La muy lechuza! ¡Ja, ja, ja! Un golpe de tos y continuó : ¿Qué perseguirá con la exhibición de ese gorro? Tosió de nuevo . ¿Ha observado usted que pretende hacer creer a todo el mundo que me protege y me hace un honor asistiendo a esta comida? Yo le rogué que invitara a personas respetables, tan respetables como lo soy yo misma, y que diera preferencia a los que conocían al difunto. Y ya ve usted a quién ha invitado: a una serie de patanes y puercos. Mire ese de la cara sucia. Es una porquería viviente... Y a esos polacos nadie los ha visto nunca aquí. Yo no tengo la menor idea de quiénes son ni de dónde han salido... ¿Para qué demonio habrán venido? Mire qué quietecitos están... ¡Eh, pane! gritó de pronto a uno de ellos . ¿Ha comido usted crêpes? ¡Coma más! ¡Y beba cerveza! ¿Quiere vodka...? Fíjese: se levanta y saluda. Mire, mire... Deben de estar hambrientos los pobres diablos. ¡Que coman! Por lo menos, no arman bulla... Pero temo por los cubiertos de la patrona, que son de plata... Oiga, Amalia Ivanovna -dijo en voz bastante alta, dirigiéndose a la señora Lipevechsel , sepa usted que si se diera el caso de que desaparecieran sus cubiertos, yo me lavaría las manos. Se lo advierto. Y se echó a reír a carcajadas, mirando a Raskolnikof e indicando a la patrona con movimientos de cabeza. Parecía muy satisfecha de su ocurrencia. No se ha enterado, todavía no se ha enterado. Ahí está con la boca abierta. Mírela: parece una lechuza, una verdadera lechuza adornada con cintas nuevas... ¡Ja, ja, ja! Esta risa terminó en un nuevo y terrible acceso de tos que duró varios minutos. Su pañuelo se manchó de sangre y el sudor cubrió su frente. Mostró en silencio la sangre a Raskolnikof, y cuando hubo recobrado el aliento, empezó a hablar nuevamente con gran animación, mientras rojas manchas aparecían en sus pómulos. óigame, yo le confié la misión delicadísima, sí, verdaderamente delicada, de invitar a esa señora y a su hija... Ya sabe usted a quién me refiero... Había que proceder con sumo tacto. Pues bien, ella cumplió el encargo de tal modo, que esa estúpida extranjera, esa orgullosa criatura, esa mísera provinciana, que, en su calidad de viuda de un mayor, ha venido a solicitar una pensión y se pasa el día dando la lata por los despachos oficiales, con un dedo de pintura en cada mejilla, ¡a los cincuenta y cinco años...!; esa cursi, no sólo no se ha dignado aceptar mi invitación, sino que ni siquiera ha juzgado necesario excusarse, como exige la más elemental educación. Tampoco comprendo por qué ha faltado Piotr Petrovitch... Pero ¿qué le habrá pasado a Sonia? ¿Dónde estará...? ¡Ah, ya viene...! ¿Qué te ha ocurrido, Sonia? ¿Dónde te has metido? Debiste arreglar las cosas de modo que pudieras acudir puntualmente a los funerales de tu padre... Rodion Romanovitch, hágale sitio a su lado... Siéntate, Sonia, y coge lo que quieras. Te recomiendo esta carne en gelatina. En seguida traerán los crêpes... ¿Ya están servidos los niños? ¿No te hace falta nada, Poletchka...? Pórtate bien, Lena; y tú, Kolia, no muevas las piernas de ese modo. Compórtate como un niño de buena familia... ¿Qué hay, Sonetchka?   262