hacerle sentir su insignificancia y recordarle la distancia que los bienes de
fortuna establecían entre ambos.
Andrés Simonovitch advirtió que aquella mañana su huésped apenas le
prestaba atención, a pesar de que él había empezado a hablarle de su tema
favorito: el establecimiento de una nueva commune.
Las objeciones y las lacónicas réplicas que lanzaba de vez en cuando Lujine
sin interrumpir sus cuentas parecían impregnadas de una consciente ironía que
se confundía con la falta de educación. Pero Andrés Simonovitch atribuía estas
muestras de mal humor al disgusto que le había causado su ruptura con
Dunetchka, tema que ardía en deseos de abordar. Consideraba que podía
exponer sobre esta cuestión puntos de vista progresistas que consolarían a su
respetable amigo y prepararían el terreno para su posterior filiación al partido.
¿Sabe usted algo de la comida de funerales que da esa viuda vecina nuestra?
preguntó Piotr Petrovitch, interrumpiendo a Lebeziatnikof en el punto más
interesante de sus explicaciones.
Pero ¿no se acuerda de que le hablé de esto ayer y le di mi opinión sobre
tales ceremonias...? Además, la viuda le ha invitado a usted. Incluso habló
usted con ella ayer.
Es increíble que esa imbécil se haya gastado en una comida de funerales todo
el dinero que le dio ese otro idiota: Raskolnikof. Me he quedado estupefacto al
ver hace un rato, al pasar, esos preparativos, esas bebidas... Ha invitado a
varias personas. El diablo sabrá por qué lo hace.
Piotr Petrovitch parecía haber abordado este asunto con una intención secreta.
De pronto levantó la cabeza y exclamó:
¡Cómo! ¿Dice que me ha invitado también a mí? ¿Cuándo? No recuerdo... No
pienso ir... ¿Qué papel haría yo en esa casa? Yo sólo crucé unas palabras con
esa mujer para decirle que, como viuda pobre de un funcionario, podría obtener
en concepto de socorro una cantidad equivalente a un año de sueldo del
difunto. ¿Me habrá invitado por eso? ¡Je, je!
Yo tampoco pienso ir -dijo Lebeziatnikof.
Sería el colmo que fuera usted. Después de haber dado una paliza a esa
señora, comprendo que no se atreva a ir a su casa.¡Je, je, je!
¿Qué yo le di una paliza? ¿Quién se lo ha dicho? exclamó Lebeziatnikof,
turbado y enrojeciendo.
Me lo contaron ayer: hace un mes o cosa así, usted golpeó a Catalina
Ivanovna... ¡Así son sus convicciones! Usted dejó a un lado su feminismo por
un momento. ¡Je, je, je!
Piotr Petrovitch, que parecía muy satisfecho después de lo que acababa de
decir, volvió a sus cuentas.
Eso son estúpidas calumnias replicó Andrés Simonovitch, que temía que este
incidente se divulgara . Las cosas no ocurrieron así. ¡No, ni mucho menos! lo
que le han contado es una verdadera calumnia. Yo no hice más que
defenderme. Ella se arrojó sobre mí con las uñas preparadas. Casi me arranca
una patilla... Yo considero que los hombres tenemos derecho a defendernos.
Por otra parte, yo no toleraré jamás que se ejerza sobre mi la menor violencia...
Esto es un principio... Lo contrario sería favorecer el despotismo. ¿Qué quería
usted que hiciera: que me dejase golpear pasivamente? Yo me limité a
rechazarla.
Lujine dejó escapar su risita sarcástica.
¡Je, je, je!
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