que significaban para ella aquellos pobres niños y aquella desdichada Catalina
Ivanovna, tísica, medio loca y que golpeaba las paredes con la cabeza.
Sin embargo, vio claramente que Sonia, por su educación y su carácter, no
podía permanecer indefinidamente en semejante situación. También se
preguntaba cómo había podido vivir tanto tiempo sin volverse loca. Desde
luego, comprendía que la situación de Sonia era un fenómeno social que
estaba fuera de lo común, aunque, por desgracia, no era único ni
extraordinario; pero ¿no era esto una razón más, unida a su educación y a su
pasado, para que su primer paso en aquel horrible camino la hubiera llevado a
la muerte? ¿Qué era lo que la sostenía? No el vicio, pues toda aquella
ignominia sólo había manchado su cuerpo: ni la menor sombra de ella había
llegado a su corazón. Esto se veía perfectamente; se leía en su rostro.
«Sólo tiene tres soluciones siguió pensando Raskolnikof : arrojarse al canal,
terminar en un manicomio o lanzarse al libertinaje que embrutece el espíritu y
petrifica el corazón.»
Esta última posibilidad era la que más le repugnaba, pero Raskolnikof era
joven, escéptico, de espíritu abstracto y, por lo tanto, cruel, y no podía menos
de considerar que esta última eventualidad era la más probable.
«Pero ¿es esto posible? siguió reflexionando . ¿Es posible que esta criatura
que ha conservado la pureza de alma termine por hundirse a sabiendas en ese
abismo horrible y hediondo? ¿No será que este hundimiento ha empezado ya,
que ella ha podido soportar hasta ahora semejante vida porque el vicio ya no le
repugna...? No, no; esto es imposible exclamó mentalmente, repitiendo el grito
lanzado por Sonia hacía un momento : lo que hasta ahora le ha impedido
arrojarse al canal ha sido el temor de cometer un pecado, y también esa
familia... Parece que no se ha vuelto loca, pero ¿quién puede asegurar que
esto no es simple apariencia? ¿Puede estar en su juicio? ¿Puede una persona
hablar como habla ella sin estar loca? ¿Puede una mujer conservar la calma
sabiendo que va a su perdición, y asomarse a ese abismo pestilente sin hacer
caso cuando se habla del peligro? ¿No esperará un milagro...? Sí,
seguramente. Y todo esto, ¿no son pruebas de enajenación mental?»
Se aferró obstinadamente a esta última idea. Esta solución le complacía más
que ninguna otra. Empezó a examinar a Sonia atentamente.
¿Rezas mucho, Sonia? le preguntó.
La muchacha guardó silencio. Él, de pie a su lado, esperaba una respuesta.
¿Qué habría sido de mí sin la ayuda de Dios?
Había dicho esto en un rápido susurro. Al mismo tiempo, lo miró con ojos
fulgurantes y le apretó la mano.
«No me he equivocado», se dijo Raskolnikof.
Pero ¿qué hace Dios por ti? siguió preguntando el joven.
Sonia permaneció en silencio un buen rato. Parecía incapaz de responder. La
emoción henchía su frágil pecho.
¡Calle! No me pregunte. Usted no tiene derecho a hablar de estas cosas
exclamó de pronto, mirándole, severa e indignada.
«Es lo que he pensado, es lo que he pensado», se decía Raskolnikof.
Dios todo lo puede dijo Sonia, bajando de nuevo los
«Esto lo explica todo», pensó Raskolnikof. Y siguió observándola con ávida
curiosidad.
Experimentaba una sensación extraña, casi enfermiza, mientras contemplaba
aquella carita pálida, enjuta, de facciones irregulares y angulosas; aquellos ojos
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