esposa adorable, culta y virtuosa al mismo tiempo podía adornar su vida
maravillosamente, atraerle simpatías, crearle una especie de aureola... Y todo
esto se había venido abajo. Aquella ruptura, tan inesperada como espantosa,
le había producido el efecto de un rayo. Le parecía algo absurdo, una broma
monstruosa. Él no había tenido tiempo para decir lo que quería; sólo había
podido alardear un poco. Primero no había tomado la cosa en serio, después
se había dejado llevar de su indignación, y todo había terminado en una gran
ruptura. Amaba ya a Dunia a su modo, la gobernaba y la dominaba en su
imaginación, y, de improviso... No, era preciso poner remedio al mal, conseguir
un arreglo al mismo día siguiente y, sobre todo, aniquilar a aquel jovenzuelo, a
aquel granuja que había sido el causante del mal. Pensó también,
involuntariamente y con una especie de excitación enfermiza, en Rasumikhine,
pero la inquietud que éste le produjo fue pasajera.
¡Compararme con semejante individuo...!
Al que más temía era a Svidrigailof... En resumidas cuentas, que tenía en
perspectiva no pocas preocupaciones.
No, he sido yo la principal culpable decía Dunia, acariciando a su madre . Me
dejé tentar por su dinero, pero yo te juro, Rodia, que no creía que pudiera ser
tan indigno. Si lo hubiese sabido, jamás me habría dejado tentar. No me lo
reproches, Rodia.
¡Dios nos ha librado de él, Dios nos ha librado de él! murmuró Pulqueria
Alejandrovna, casi inconscientemente. Parecía no darse bien cuenta de lo que
acababa de suceder.
Todos estaban contentos, y cinco minutos después charlaban entre risas. Sólo
Dunetchka palidecía a veces, frunciendo las cejas, ante el recuerdo de la
escena que se acababa de desarrollar. Pulqueria Alejandrovna no podía
imaginarse que se sintiera feliz por una ruptura que aquella misma mañana le
parecía una desgracia horrible. Rasumikhine estaba encantado; no osaba
manifestar su alegría, pero temblaba febrilmente como si le hubieran quitado
de encima un gran peso. Ahora era muy dueño de entregarse por entero a las
dos mujeres, de servirlas... Además, sabía Dios lo que podría suceder... Sin
embargo, rechazaba, acobardado, estos pensamientos y temía dar libre curso
a su imaginación. Raskolnikof era el único que permanecía impasible, distraído,
incluso un tanto huraño. Él, que tanto había insistido en la ruptura con Lujine,
ahora que se había producido, parecía menos interesado en el asunto que los
demás. Dunia no pudo menos de creer que seguía disgustado con ella, y
Pulqueria Alejandrovna lo miraba con inquietud.
¿Qué tienes que decirnos de parte de Svidrigailof? le preguntó Dunia.
¡Eso, eso! exclamó Pulqueria Alejandrovna.
Raskolnikof levantó la cabeza.
Está empeñado en regalarte diez mil rublos y desea verte una vez estando yo
presente.
¿Verla? ¡De ningún modo! exclamó Pulqueria Alejandrovna . ¡Además, tiene
la osadía de ofrecerle dinero!
Entonces Raskolnikof refirió (secamente, por cierto) su diálogo con Svidrigailof,
omitiendo todo lo relacionado con las apariciones de Marfa Petrovna, a fin de
no ser demasiado prolijo. Le molestaba profundamente hablar más de lo
indispensable.
¿Y tú qué le has contestado? preguntó Dunia.
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