Perdone usted dijo Lujine, temblando de cólera , pero si en mi carta he
hablado extensamente de usted ha sido únicamente atendiendo a los deseos
de su madre y de su hermana, que me rogaron que las informara de cómo le
había encontrado a usted y del efecto que me había producido. Por otra parte,
le desafío a que me señale una sola línea falsa en el pasaje al que usted alude.
¿Negará que ha gastado su dinero y que en esa familia hay un miembro
indigno?
A mi juicio, usted, con todas sus cualidades, vale menos que el dedo meñique
de esa desgraciada muchacha a la que ha arrojado usted la piedra.
¿De modo que no vacilaría usted en introducirla en la sociedad de su hermana
y de su madre?
Ya lo he hecho. Hoy la he invitado a sentarse junto a ellas.
¡Rodia! exclamó Pulqueria Alejandrovna.
Dunetchka enrojeció, Rasumikhine frunció el entrecejo, Lujine sonrió altiva y
despectivamente.
Ya ve usted, Avdotia Romanovna, que es imposible toda reconciliación. Creo
que podemos dar el asunto por terminado y no volver a hablar de él. En fin, me
retiro para no seguir inmiscuyéndome en esta reunión de familia. Sin duda,
tendrán ustedes secretos que comunicarse.
Se levantó y cogió su sombrero.
Pero, antes de irme, permítanme que les diga que espero no volver a verme
expuesto a encuentros y escenas como los que acabo de tener. Me dirijo
exclusivamente a usted, Pulqueria Alejandrovna, ya que a usted y sólo a usted
iba destinada mi carta.
Pulqueria Alejandrovna se estremeció ligeramente.
Por lo visto, Piotr Petrovitch, se considera usted nuestro dueño absoluto. Ya le
ha explicado Dunia por qué razón no hemos tenido en cuenta su deseo. Mi hija
ha obrado con la mejor intención. En cuanto a su carta, no puedo menos de
decirle que está escrita en un tono bastante imperioso. ¿Pretende usted
obligarnos a considerar sus menores deseos como órdenes? Por el contrario,
yo creo que debe usted tratarnos con los mayores miramientos, ya que hemos
depositado toda nuestra confianza en usted, que lo hemos dejado todo por
venir a Petersburgo y que, en consecuencia, estamos a su merced.
Eso no es totalmente exacto, Pulqueria Alejandrovna, y menos ahora que ya
sabe usted que Marfa Petrovna ha legado a su hija tres mil rublos, suma que
llega con gran oportunidad, a juzgar por el tono en que me está usted hablando
añadió Lujine secamente.
Esa observación dijo Dunia, indignada puede ser una prueba de que usted ha
especulado con nuestra pobreza.
Sea como fuere, ahora todo ha cambiado. Y me voy; no quiero seguir siendo
un obstáculo para que su hermano les transmita las proposiciones secretas de
Arcadio Ivanovitch Svidrigailof. Sin duda, esto es importantísimo para ustedes,
e incluso sumamente agradable.
¡Dios mío! exclamó Pulqueria Alejandrovna.
Rasumikhine hacía inauditos esfuerzos para permanecer en su silla.
¿No te da vergüenza soportar tanto insulto, Dunia? preguntó Raskolnikof.
Sí, Rodia; estoy avergonzada y, pálida de ira, gritó a Lujine : ¡Salga de aquí,
Piotr Petrovitch!
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