Mi opinión es que no tienen ustedes motivo para inquietarse demasiado, ya
que eludirán toda clase de relaciones con él. En lo que a mí concierne, estoy
ojo avizor y pronto sabré adónde ha ido a parar.
¡Ah, Piotr Petrovitch! exclamó Pulqueria Alejandrovna . Usted no se puede
imaginar hasta qué punto me inquieta esa noticia. No he visto a ese hombre
más que dos veces, pero esto ha bastado para que le considere un ser
monstruoso. Estoy segura de que es el culpable de la muerte de Marfa
Petrovna.
Sobre este punto, nada se puede afirmar. Lo digo porque poseo informes
exactos. No niego que los malos tratos de ese hombre hayan podido acelerar
en cierto modo el curso normal de las cosas. En cuanto a su conducta y, en
general, en cuanto a su índole moral, estoy de acuerdo con usted. Ignoro si
ahora es rico y qué herencia habrá recibido de Marfa Petrovna, pero no tardaré
en saberlo. Lo indudable es que, al vivir aquí, en Petersburgo, reanudará su
antiguo género de vida, por pocos recursos que tenga para ello. Es un hombre
depravado y lleno de vicios. Tengo fundados motivos para creer que Maria
Petrovna, que tuvo la desgracia de enamorarse de él, además de pagarle todas
sus deudas, le prestó hace ocho años un extraordinario servicio de otra índole.
A fuerza de gestiones y sacrificios, esa mujer consiguió ahogar en su origen un
asunto criminal que bien podría haber terminado con la deportación del señor
Svidrigailof a Siberia. Se trata de un asesinato tan monstruoso, que raya en lo
increíble.
¡Señor Señor! exclamó Pulqueria Alejandrovna.
Raskolnikof escuchaba atentamente.
¿Dice usted que habla basándose en informes dignos de crédito? preguntó
severamente Avdotia Romanovna.
Me limito a repetir lo que me confió en secreto Marfa Petrovna. Desde luego,
el asunto está muy confuso desde el punto de vista jurídico. En aquella época
habitaba aquí, e incluso parece que sigue habitando, una extranjera llamada
Resslich que hacía pequeños préstamos y se dedicaba a otros trabajos. Entre
esa mujer y el señor Svidrigailof existían desde hacía tiempo relaciones tan
íntimas como misteriosas. La extranjera tenía en su casa a una parienta lejana,
me parece que una sobrina, que tenía quince años, o tal vez catorce, y era
sordomuda. Resslich odiaba a esta niña: apenas le daba de comer y la
golpeaba bárbaramente. Un día la encontraron ahorcada en el granero.
Cumplidas las formalidades acostumbradas, se dictaminó que se trataba de un
suicidio. Pero cuando el asunto parecía terminado, la policía notificó que la
chiquilla había sido violada por Svidrigailof. Cierto que todo esto estaba
bastante confuso y que la acusación procedía de otra extranjera, una alemana
cuya inmoralidad era notoria y cuyo testimonio no podía tenerse en cuenta. Al
fin, la denuncia fue retirada, gracias a los esfuerzos y al dinero de Marfa
Petrovna. Entonces todo quedó reducido a los rumores que circulaban; pero
esos rumores eran muy significativos. Sin duda, Avdotia Romanovna, cuando
estaba usted en casa de esos señores, oía hablar de aquel criado llamado
Filka, que murió a consecuencia de los malos tratos que se le dieron en
aquellos tiempos en que existía la esclavitud.
Lo que yo oí decir fue que Filka se había suicidado.
Eso es cierto y muy cierto; pero no cabe duda de que la causa del suicidio
fueron los malos tratos y las sistemáticas vejaciones que Filka recibía.
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