Te lo diré claramente. Todos creeréis que me he vuelto loco, y a mí me parece
que tal vez es verdad, que he perdido la razón y que, por lo tanto, lo que he
visto ha sido un espectro.
Pero ¿qué disparates estás diciendo?
Sí, tal vez esté loco y todos los acontecimientos de estos últimos días sólo
hayan ocurrido en mi imaginación.
¡A ti te ha trastornado ese hombre, Rodia! ¿Qué te ha dicho? ¿Qué quería de
ti?
Raskolnikof no le contestó. Rasumikhine reflexionó un instante.
Bueno, te lo voy a contar todo dijo . He pasado por tu casa y he visto que
estabas durmiendo. Entonces hemos comido y luego yo he visitado a Porfirio
Petrovitch. Zamiotof estaba con él todavía. Intenté empezar en seguida mis
explicaciones, pero no lo conseguí. No había medio de entrar en materia como
era debido. Ellos parecían no comprender y, por otra parte, no mostraban la
menor desazón. Al fin, me llevo a Porfirio junto a la ventana y empiezo a
hablarle, sin obtener mejores resultados. Él mira hacia un lado, yo hacia otro.
Finalmente le acerco el puño a la cara y le digo que le voy a hacer polvo. Él se
limita a mirarme en silencio. Yo escupo y me voy. Así termina la escena. Ha
sido una estupidez. Con Zamiotof no he cruzado una sola palabra... Yo temía
haberte causado algún perjuicio con mi conducta; pero cuando bajaba la
escalera he tenido un relámpago de lucidez. ¿Por qué tenemos que
preocuparnos tú ni yo? Si a ti te amenazara algún peligro, tal inquietud se
comprendería; pero ¿qué tienes tú que temer? Tú no tienes nada que ver con
ese dichoso asunto y, por lo tanto, puedes reírte de ellos. Más adelante
podremos reírnos en sus propias narices, y si yo estuviera en tu lugar, me
divertiría haciéndoles creer que están en lo cierto. Piensa en su bochorno
cuando se den cuenta de su tremendo error. No lo pensemos más. Ya les
diremos lo que se merecen cuando llegue el momento. Ahora limitémonos a
burlarnos de ellos.
Tienes razón dijo Raskolnikof.
Y pensó: «¿Qué dirás más adelante, cuando lo sepas todo...? Es extraño:
nunca se me había ocurrido pensar qué dirá Rasumikhine cuando se entere.»
Después de hacerse esta reflexión miró fijamente a su amigo. El relato de la
visita a Porfirio Petrovitch no le había interesado apenas. ¡Se habían sumado
tantos motivos de preocupación durante las últimas horas a los que tenía
desde hacía tiempo!
En el pasillo se encontraron con Lujine. Había llegado a las ocho en punto y
estaba buscando el número de la habitación de su prometida. Los tres cruzaron
la puerta exterior casi al mismo tiempo, sin saludarse y sin mirarse siquiera.
Los dos jóvenes entraron primero en la habitación. Piotr Petrovitch, siempre
riguroso en cuestiones de etiqueta, se retrasó un momento en el vestíbulo para
quitarse el sobretodo. Pulqueria Alejandrovna se dirigió inmediatamente a él,
mientras Dunia saludaba a su hermano.
Piotr Petrovitch entró en la habitación y saludó a las damas con la mayor
amabilidad, pero con una gravedad exagerada. Parecía, además, un tanto
desconcertado. Pulqueria Alejandrovna, que también daba muestras de cierta
turbación, se apresuró a hacerlos sentar a todos a la mesa redonda donde
hervía el samovar. Dunia y Lujine quedaron el uno frente al otro, y Rasumikhine
y Raskolnikof se sentaron de cara a Pulqueria Alejandrovna, aquél al lado de
Lujine, y Raskolnikof junto a su hermana.
203