digo de Avdotia Romanovna. Lo único cierto es que he causado muchas
molestias a su honorable hermana, y como estoy sinceramente arrepentido,
deseo de todo corazón, no rescatar mis faltas, no pagar esas molestias, sino
simplemente hacerle un pequeño servicio para que no pueda decirse que
compré el privilegio de causarle solamente males. Si mi proposición ocultara la
más leve segunda intención, no la habría hecho con esta franqueza, y tampoco
me habría limitado a ofrecerle diez mil rublos, cuando le ofrecí bastante más
hace cinco semanas. Además, es muy probable que me case muy pronto con
cierta joven, lo que demuestra que no pretendo atraerme a Avdotia
Romanovna. Y, para terminar, le diré que si se casa con Lujine, su hermana
aceptará esta misma suma, sólo que de otra manera. En fin, Rodion
Romanovitch, no se enfade usted y reflexione sobre esto con calma y sangre
fría.
Svidrigailof había pronunciado estas palabras con un aplomo extraordinario.
Basta ya dijo Raskolnikof . Su proposición es de una insolencia imperdonable.
No estoy de acuerdo. Según ese criterio, en este mundo un hombre sólo
puede perjudicar a sus semejantes y no tiene derecho a hacerles el menor
bien, a causa de las estúpidas conveniencias sociales. Esto es absurdo. Si yo
muriese y legara esta suma a mi hermana, ¿se negaría ella a aceptarla?
Es muy posible.
Pues yo estoy seguro de que no la rechazaría. Pero no discutamos. Lo cierto
es que diez mil rublos no son una cosa despreciable. En fin, fuera como fuere,
le ruego que transmita nuestra conversación a Avdotia Romanovna.
No lo haré.
En tal caso, Rodion Romanovitch, me veré obligado a procurar tener una
entrevista con ella, cosa que tal vez la moleste.
Y si yo le comunico su proposición, ¿usted no intentará visitarla?
Pues... no sé qué decirle. ¡Me gustaría tanto verla, aunque sólo fuera una vez!
No cuente con ello.
Pues es una lástima. Por otra parte, usted no me conoce. Podríamos llegar a
ser buenos amigos.
¿Usted cree?
¿Por qué no? exclamó Svidrigailof con una sonrisa.
Se levantó y cogió su sombrero.
¡Vaya! No quiero molestarle más. Cuando venía hacia aquí no tenía
demasiadas esperanzas de... Sin embargo, su cara me había impresionado
esta mañana.
¿Dónde me ha visto usted esta mañana? preguntó Raskolnikof con visible
inquietud.
Le vi por pura casualidad. Sin duda, usted y yo tenemos algo en común... Pero
no se agite. No me gusta importunar a nadie. He tenido cuestiones con los
jugadores de ventaja y no he molestado jamás al príncipe Svirbey, gran
personaje y pariente lejano mío. Incluso he escrito pensamientos sobre la
Virgen de Rafael en el álbum de la señora Prilukof. He vivido siete años con
Marfa Petrovna sin moverme de su hacienda... Y antaño pasé muchas noches
en la casa Viasemsky, de la plaza del Mercado... Además, tal vez suba en el
globo de Berg.
Permítame una pregunta. ¿Piensa usted emprender muy pronto su viaje?
¿Qué viaje?
El viaje de que me ha hablado usted hace un momento.
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