¿Y qué? exclamó Svidrigailof, riendo con todas sus fuerzas . Son armas de
bonne guerre, como suele decirse; una astucia de lo más inocente... Pero
usted no me ha dejado acabar. Sea como fuere, yo le aseguro que no habría
ocurrido nada desagradable de no producirse el incidente del jardín. Marfa
Petrovna...
Se dice le interrumpió rudamente Raskolnikof que a Marfa Petrovna la ha
matado usted.
¿Conque ya le han hablado de eso? En verdad, es muy comprensible. Pues
bien, en cuanto a lo que acaba usted de decir, sólo puedo responderle que
tengo la conciencia completamente tranquila sobre ese particular. Es un asunto
que no me inspira ningún temor. Todas las formalidades en use se han
cumplido del modo más correcto y minucioso. Según la investigación médica,
la muerte obedeció a un ataque de apoplejía producido por un baño tomado
después de una copiosa comida en la que la difunta se había bebido una
botella de vino casi entera. No se descubrió nada más... No, no es esto lo que
me inquieta. Lo que yo me preguntaba mientras el tren me traía hacia aquí era
si habría contribuido indirectamente a esta desgracia... con algún arranque de
indignación, o algo parecido. Pero he llegado a la conclusión de que no puede
haber ocurrido tal cosa.
Raskolnikof se echó a reír.
Entonces, no tiene usted por qué preocuparse.
¿De qué se ríe? Óigame: yo sólo le di dos latigazos tan flojos que ni siquiera
dejaron señal... Le ruego que no me crea un cínico. Yo sé perfectamente que
esto es innoble y..., etcétera; pero también sé que a Marfa Petrovna no le
desagradó... mi arrebato, digámoslo así. El asunto relacionado con la hermana
de usted estaba ya agotado, y Marfa Petrovna, no teniendo ningún asunto que
ir llevando por las casas de la ciudad, se veía obligada a permanecer en casa
desde hacia tres días. Ya había fastidiado a todo el mundo con la lectura de la
carta (¿ha oído usted hablar de esa carta?). De pronto cayeron sobre ella,
como enviados por el cielo, aquellos dos latigazos. Lo primero que hizo fue
ordenar que preparasen el coche... Sin hablar de esos casos especiales en que
las mujeres experimentan un gran placer en que las ofendan, a pesar de la
indignación que simulan (casos que se presentan a veces), al hombre, en
general, le gusta que lo humillen. ¿No lo ha observado usted? Pero esta
particularidad es especialmente frecuente en las mujeres. Incluso se puede
afirmar que es algo esencial en su vida.
Hubo un momento en que Raskolnikof pensó en levantarse e irse, para poner
término a la conversación, pero cierta curiosidad y también cierto propósito le
decidieron a tener paciencia.
Le gusta manejar el látigo, ¿eh? preguntó con aire distraído.
No lo crea respondió con toda calma Svidrigailof . En lo que concierne a Marfa
Petrovna, no disputaba casi nunca con ella. Vivíamos en perfecta armonía, y
ella estaba satisfecha de mí. Sólo dos veces usé el látigo durante nuestros
siete años de vida en común (dejando aparte un tercer caso bastante dudoso).
La primera vez fue a los dos meses de casarnos, cuando llegamos a nuestra
hacienda, y la segunda, en el caso que acabo de mencionar... Y usted me
considera un monstruo, ¿no?, un retrógrado, un partidario de la esclavitud... A
propósito, Rodion Romanovitch, ¿recuerda usted que hace algunos años, en el
tiempo de nuestras felices asambleas municipales, se cubrió de oprobio a un
terrateniente, cuyo nombre no recuerdo, culpable de haber azotado a una
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