expresamente. Tú todavía no le conoces. Ayer sólo expuso su parecer para
mofarse de todos. ¡Qué cosas dijo, Señor! ¡Y ellos encantados de tenerlo en la
reunión...! Es capaz de estar haciendo este juego durante dos semanas
enteras. El año pasado nos aseguró que iba a ingresar en un convento y
estuvo afirmándolo durante dos meses. Últimamente se imaginó que iba a
casarse y que todo estaba ya listo para la boda. Incluso se hizo un traje nuevo.
Nosotros empezamos a creerlo y a felicitarle. Y resultó que la novia no existía y
que todo era pura invención.
Estás equivocado. Primero me hice el traje y entonces se me ocurrió la idea de
gastaros la broma.
¿De verdad es usted tan comediante? preguntó con cierta indiferencia
Raskolnikof.
Le parece mentira, ¿verdad? Pues espere, que con usted voy a hacer lo
mismo. ¡Ja, ja, ja...! No, no; le voy a decir la verdad. A propósito de todas esas
historias de crímenes, de medios, de jovencitas, recuerdo un articulo de usted
que me interesó y me sigue interesando. Se titulaba... creo que «El crimen»,
pero la verdad es que de esto no estoy seguro. Me recreé leyéndolo en La
Palabra Periódica hace dos meses.
¿Un artículo mío en La Palabra Periódica? exclamó Raskolnikof, sorprendido .
Ciertamente, yo escribí un artículo hace unos seis meses, que fue cuando dejé
la universidad. En él hablaba de un libro que acababa de aparecer. Pero lo
llevé a La Palabra Hebdomadaria y no a La Palabra Periódica.
Pues se publicó en La Palabra Periódica.
La Palabra Hebdomadaria dejó de aparecer a poco de haber entregado yo mi
artículo, y por eso no pudo publicarlo...
Sí, pero, al desaparecer, este semanario quedó fusionado con La Palabra
Periódica, y ello explica que su articulo se haya publicado en este último
periódico. así, ¿no estaba usted enterado?
En efecto, Raskolnikof no sabía nada de eso.
Pues ha de cobrar su artículo. ¡Qué carácter tan extraordinario tiene usted!
Vive tan aislado, que no se entera de nada, ni siquiera de las cosas que le
interesan materialmente. Es increíble.
Yo tampoco sabía nada exclamó Rasumikhine . Hoy mismo iré a la biblioteca
a pedir ese periódico... ¿Dices que el articulo se publicó hace dos meses? ¿En
qué día...? Bueno, ya lo encontraré... ¡No decir nada! ¡Es el colmo!
¿Y usted cómo se ha enterado de que el artículo era mío? lo firmé con una
inicial.
Fue por casualidad. Conozco al redactor jefe, le vi hace poco, y como su
artículo me habia interesado tanto...
Recuerdo que estudiaba en él el estado anímico del criminal mientras cometía
el crimen.
Sí, y ponía gran empeño en demostrar que el culpable, en esos momentos, es
un enfermo. Es una tesis original, pero en verdad no es esta parte de su
articulo la que me interesó especialmente, sino cierta idea que deslizaba al
final. Es lamentable que se limitara usted a indicarla vaga y someramente... Si
tiene usted buena memoria, se acordará de que insinuaba usted que hay seres
que pueden, mejor dicho, que tienen pleno derecho a cometer toda clase de
actos criminales, y a los que no puede aplicárseles la ley.
Raskolnikof sonrió ante esta pérfida interpretación de su pensamiento.
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