¡Qué casualidad! exclamó el desconocido.
Y llamó a la puerta vecina, la señalada con el número 8. Entre ambas puertas
había una distancia de unos seis pasos.
¿De modo que vive usted en casa de Kapernaumof? dijo el caballero
alegremente . Ayer me arregló un chaleco. Además, soy vecino de usted: vivo
en casa de la señora Resslich Gertrudis Pavlovna. El mundo es un pañuelo.
Sonia le miró fijamente.
Sí, somos vecinos continuó el caballero, con desbordante jovialidad . Estoy en
Petersburgo desde hace sólo dos días. Para mí será un placer volver a verla.
Sonia no contestó. En este momento le abrieron la puerta, y entró en su
habitación. Estaba avergonzada y atemorizada.
Rasumikhine daba muestras de gran agitación cuando iba en busca de Porfirio
Petrovitch, acompañado de Rodia.
Has tenido una gran idea, querido, una gran idea dijo varias veces . Y créeme
que me alegro, que me alegro de veras.
«¿Por qué se ha de alegrar?», se preguntó Raskolnikof.
No sabía que tú también empeñabas cosas en casa de la vieja. ¿Hace mucho
tiempo de eso? Quiero decir que si hace mucho tiempo que has estado en esa
casa por última vez.
«Es muy listo, pero también muy ingenuo», se dijo Raskolnikof.
¿Cuándo estuve por última vez? preguntó, deteniéndose como para recordar
mejor . Me parece que fue tres días antes del crimen... Te advierto que no
quiero recoger los objetos en seguida se apresuró a aclarar, como si este
punto le preocupara especialmente , pues no me queda más que un rublo
después del maldito «desvarío» de ayer.
Y subrayó de un modo especial la palabra «desvarío».
¡Comprendido, comprendido! exclamó con vehemencia Rasumikhine y sin
que se pudiera saber exactamente qué era lo que comprendía con tanto
entusiasmo . Esto explica que te mostraras entonces tan... impresionado... E
incluso en tu delirio nombrabas sortijas y cadenas... Todo aclarado; ya se ha
aclarado todo...
«Ya salió aquello. Están dominados por esta idea. Incluso este hombre que
seria capaz de dejarse matar por mi se siente feliz al poder explicarse por qué
hablaba yo de sortijas en mi delirio. Todo esto los ha confirmado en sus
suposiciones.»
¿Crees que encontraremos a Porfirio? preguntó Raskolnikof en voz alta.
¡Claro que lo encontraremos! repuso vivamente Rasumikhine . Ya verás qué
tipo tan interesante. Un poco brusco, eso sí, a pesar de ser un hombre de
mundo. Bien es verdad que yo no le considero brusco porque carezca de
mundología. Es inteligente, muy inteligente. Está muy lejos de ser un grosero, a
pesar de su carácter especial. Es desconfiado, escéptico, cínico. Le gusta
engañar, chasquear a la gente, y es fiel al viejo sistema de las pruebas
materiales... Sin embargo, conoce a fondo su oficio. El año pasado
desembrolló un caso de asesinato del que sólo existían ligeros indicios. Tiene
grandes deseos de conocerte.
¿Grandes deseos? ¿Por qué?
Bueno, tal vez he exagerado... Oye; últimamente, es decir, desde que te
pusiste enfermo, le he hablado mucho de ti. Naturalmente, él me escuchaba. Y
cuando le dije que eras estudiante de Derecho y que no podías terminar tus
estudios por falta de dinero, exclamó: «¡Es lamentable!» De esto deduzco...
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