CRIMEN Y CASTIGO crimen y castigo | Page 168

No quisiera perder esos objetos, especialmente el reloj de mi padre. Hace un momento, temblaba al pensar que mi madre podía decirme que quería verlo, sobre todo cuando estábamos hablando del reloj de Dunetchka. Es el único objeto que nos queda de mi padre. Si lo perdiéramos, a mi madre le costaría una enfermedad. Ya Sabes cómo son las mujeres. Dime, ¿qué debo hacer? Ya sé que hay que ir a la comisaría para prestar declaración. Pero si pudiera hablar directamente con Porfirio... ¿Qué te parece...? Así se solucionaría más rápidamente el asunto... Ya verás como, apenas nos sentemos a la mesa, mi madre me habla del reloj. Rasumikhine dio muestras de una emoción extraordinaria. No tienes que ir a la policía para nada. Porfirio lo solucionará todo... Me has dado una verdadera alegría... Y ¿para qué esperar? Podemos ir inmediatamente. Lo tenemos a dos pasos de aquí. Estoy seguro de que lo encontraremos. De acuerdo: vamos. Se alegrará mucho de conocerte. ¡Le he hablado tantas veces de ti...! Ayer mismo te nombramos... ¿De modo que conocías a la vieja? ¡Estupendo...! ¡Ah! Nos habíamos olvidado de que está aquí Sonia Ivanovna. Sonia Simonovna rectificó Raskolnikof . Éste es mi amigo Rasumikhine, Sonia Simonovna; un buen muchacho... Si se han de marchar ustedes... comenzó a decir Sonia, cuya confusión había aumentado al presentarle Rodia a Rasumikhine, hasta el punto de que no se atrevía a levantar los ojos hacia él. Vamos decidió Raskolnikof . Hoy mismo pasaré por su casa, Sonia Simonovna. Haga el favor de darme su dirección. Dijo esto con desenvoltura pero precipitadamente y sin mirarla. Sonia le dio su dirección, no sin ruborizarse, y salieron los tres. No has cerrado la puerta dijo Rasumikhine cuando empezaban a bajar la escalera. No la cierro nunca... Además, no puedo. Hace dos años que quiero comprar una cerradura. Había dicho esto con aire de despreocupación. Luego exclamó, echándose a reír y dirigiéndose a Sonia: ¡Feliz el hombre que no tiene nada que guardar bajo llave! ¿No cree usted? Al llegar a la puerta se detuvieron. Usted va hacia la derecha, ¿verdad, Sonia Simonovna...? ¡Ah, oiga! ¿Cómo ha podido encontrarme? preguntó en el tono del que dice una cosa muy distinta de la que iba a decir. Ansiaba mirar aquellos ojos tranquilos y puros, pero no se atrevía. Ayer dio usted su dirección a Poletchka. ¿Poletchka? ¡Ah, sí; su hermanita! ¿Dice usted que le di mi dirección? Sí, ¿no se acuerda? Sí, sí; ya recuerdo. Yo había oído ya hablar de usted al difunto, pero no sabía su nombre. Creo que incluso mi padre lo ignoraba. Pero ayer lo supe, y hoy, al venir aquí, he podido preguntar por «el señor Raskolnikof». Yo no sabía que también usted vivía en una pensión. Adiós. Ya diré a Catalina Ivanovna... Se sintió feliz al poderse marchar y se alejó a paso ligero y con la cabeza baja. Anhelaba llegar a la primera travesía para quedar al fin sola, libre de la mirada de los dos jóvenes, y poder reflexionar, avanzando lentamente y la mirada   167