¿Qué quieres decir con eso? exclamó Rasumikhine, mirando fijamente a
Raskolnikof . Supongo que no se te habrá pasado por la cabeza comer solo.
Dime: ¿qué piensas hacer?
Te aseguro que iré. Y tú quédate aquí un momento... ¿Podéis dejármelo para
un rato, mamá? ¿Verdad que no lo necesitáis?
¡No, no! Puede quedarse... Pero le ruego, Dmitri Prokofitch, que venga usted
también a comer con nosotros.
Yo también se lo ruego dijo Dunia.
Rasumikhine asintió haciendo una reverencia. Estaba radiante. Durante un
momento, todos parecieron dominados por una violencia extraña.
Adiós, Rodia. Es decir, hasta luego: no me gusta decir adiós... Adiós, Nastasia.
¡Otra vez se me ha escapado!
Pulqueria Alejandrovna tenía intención de saludar a Sonia, pero no supo cómo
hacerlo y salió de la habitación precipitadamente.
En cambio, Avdotia Romanovna, que parecía haber estado esperando su vez,
al pasar ante Sonia detrás de su madre la saludó amable y gentilmente.
Sonetchka perdió la calma y se inclinó con temeroso apresuramiento. Por su
semblante pasó una sombra de amargura, como si la cortesía y la afabilidad de
Avdotia Romanovna le hubieran producido una impresión dolorosa.
Adiós, Dunia dijo Raskolnikof, que había salido al vestíbulo tras ella . Dame la
mano.
¡Pero si ya te la he dado! ¿No lo recuerdas? dijo la joven, volviéndose hacia
él, entre desconcertada y afectuosa.
Es que quiero que me la vuelvas a dar.
Rodia estrechó fuertemente la mano de su hermana. Dunetchka le sonrió,
enrojeció, libertó con un rápido movimiento su mano y siguió a su madre.
También ella se sentía feliz.
¡Todo ha salido a pedir de boca! dijo Raskolnikof, volviendo al lado de Sonia,
que se había quedado en el aposento, y mirándola con un gesto de perfecta
calma, añadió : Que el Señor dé paz a los muertos y deje vivir a los vivos. ¿No
te parece, no te parece? Di, ¿no te parece?
Sonia advirtió, sorprendida, que el semblante de Raskolnikof se iluminaba
súbitamente. Durante unos segundos, el joven la observó en silencio y
atentamente. Todo lo que su difunto padre le había contado de ella acudió de
pronto a su memoria...
¡Dios mío! exclamó Pulqueria Alejandrovna apenas llegó con su hija a la calle
. ¡A quien se le diga que me alegro de haber salido de esta casa...! ¡He
respirado, Dunetchka! ¡Quién me había de decir, cuando estaba en el tren, que
me alegraría de separarme de mi hijo!
Piensa que está enfermo, mamá. ¿No lo ves? Acaso ha perdido la salud a
fuerza de sufrir por nosotras. Hemos de ser indulgentes con él. Se le pueden
perdonar muchas cosas, muchas cosas...
Sin embargo, tú no has sido comprensiva dijo amargamente Pulqueria
Alejandrovna . Hace un momento os observaba a los dos. Os parecéis como
dos gotas de agua, y no tanto en lo físico como en lo moral. Los dos sois
severos e irascibles, pero también arrogantes y nobles. Porque él no es
egoísta, ¿verdad, Dunetchka...? Cuando pienso en lo que puede ocurrir esta
noche en casa, se me hiela el corazón.
No te preocupes, mamá: sólo sucederá lo que haya de suceder.
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