CRIMEN Y CASTIGO crimen y castigo | Page 163

de pagar el entierro», como él dice, sino realmente para pagar el entierro, y no a la hija, «cuya mala conducta es del dominio público» (yo la vi ayer por primera vez en mi vida), sino a la viuda en persona. En todo esto yo no veo sino el deseo de envilecerme a vuestros ojos a indisponerme con vosotras. Este pasaje está escrito también en lenguaje jurídico, por lo que revela claramente el fin perseguido y una avidez bastante cándida. Es un hombre inteligente, pero no basta ser inteligente para conducirse con prudencia... La verdad, no creo que ese hombre sepa apreciar tus prendas. Y conste que lo digo por tu bien, que deseo con toda sinceridad. Dunetchka nada repuso. Ya había tomado su decisión: esperaría que llegase la noche. ¿Qué piensas hacer, Rodia? preguntó Pulqueria Alejandrovna, inquieta ante el tono reposado y grave que había adoptado su hijo. ¿A qué te refieres? Ya has visto que Piotr Petrovitch dice que no quiere verte en nuestra casa esta noche, y que se marchará si... si lo encuentra allí. ¿Qué harás, Rodia: vendrás o no? Eso no soy yo el que tiene que decirlo, sino vosotras. Lo primero que debéis hacer es preguntaros si esa exigencia de Piotr Petrovitch no os parece insultante. Sobre todo, es Dunia la que habrá de decidir si se siente o no ofendida. Yo terminó secamente haré lo que vosotras me digáis. Dunetchka ha resuelto ya la cuestión, y yo soy enteramente de su parecer respondió al punto Pulqueria Alejandrovna. Lo que he decidido, Rodia, es rogarte encarecidamente que asistas a la entrevista de esta noche dijo Dunia . ¿Vendrás? Iré. También a usted le ruego que venga añadió Dunetchka dirigiéndose a Rasumikhine . ¿Has oído, mamá? He invitado a Dmitri Prokofitch. Me parece muy bien. Que todo se haga de acuerdo con tus deseos. Celebro tu resolución, porque detesto la ficción y la mentira. Que el asunto se ventile con toda franqueza. Y si Piotr Petrovitch se molesta, allá él. IV En ese momento, la puerta se abrió sin ruido y apareció una joven que paseó una tímida mirada por la habitación. Todos los ojos se fijaron en ella con tanta sorpresa como curiosidad. Raskolnikof no la reconoció en seguida. Era Sonia Simonovna Marmeladova. La había visto el día anterior por primera vez , pero en circunstancias y con un atavío que habían dejado en su memoria una imagen completamente distinta de ella. Ahora iba modestamente, incluso pobremente vestida y parecía muy joven, una muchachita de modales honestos y reservados y carita inocente y temerosa. Llevaba un vestido sumamente sencillo y un sombrero viejo y pasado de moda. Su mano empuñaba su sombrilla, único vestigio de su atavío del día anterior. Fue tal su confusión al ver la habitación llena de gente, que perdió por completo la cabeza, como si fuera verdaderamente una niña, y se dispuso a marcharse. ¡Ah! ¿Es usted? exclamó Raskolnikof, en el colmo de la sorpresa. Y de pronto también él se sintió turbado. Recordó que su madre y su hermana habían leído en la carta de Lujine la alusión a una joven cuya mala conducta era del dominio público. Cuando   162