llegar a ser médico y, sobre todo, un médico que cumple con su deber. ¡Un
doctor que duerme en lecho de plumas y se levanta por la noche para ir a
visitar a un enfermo...! Dentro de dos o tres años no harás tales sacrificios...
Pero, en fin, esto poco importa. Lo que quiero decirte es lo siguiente: tú
dormirás esta noche en el departamento de la patrona (he obtenido, no sin
trabajo, su consentimiento) y yo en la cocina. Esto es para ti una ocasión de
trabar más estrecho conocimiento con ella... No, no pienses mal. No quiero
decir eso, ni remotamente...
¡Pero si yo no pienso nada!
Esa mujer, querido, es el pudor personificado; una mezcla de discretos
silencios, timidez, castidad invencible y, al mismo tiempo, hondos suspiros. Su
sensibilidad es tal, que se funde como la cera. ¡Líbrame de ella, por lo que más
quieras, Zosimof! Es bastante agraciada. Me harías un favor que te lo
agradecería con toda el alma. ¡Te juro que te lo agradecería!
Zosimof se echó a reír de buena gana.
Pero ¿para qué la quiero yo?
Te aseguro que no te ocasionará ninguna molestia. Lo único que tienes que
hacer es hablarle, sea de lo que sea: te sientas a su lado y hablas. Como eres
médico, puedes empezar por curarla de una enfermedad cualquiera. Te juro
que no te arrepentirás... Esa mujer tiene un clavicordio. Yo sé un poco de
música y conozco esa cancioncilla rusa que dice «Derramo lágrimas amargas».
Ella adora las canciones sentimentales. Así empezó la cosa. Tú eres un
maestro del teclado, un Rubinstein. Te aseguro que no te arrepentirás.
Pero oye: ¿le has hecho alguna promesa...?, ¿le has firmado algún papel...?,
¿le has propuesto el matrimonio?
Nada de eso, nada en absoluto... No, esa mujer no es lo que tú crees. Porque
Tchebarof ha intentado...
Entonces, la plantas y en paz.
Imposible.
¿Por qué?
Pues... porque es imposible, sencillamente... Uno se siente atado, ¿no
comprendes?
Lo que no entiendo es tu empeño en atraértela, en ligarla a ti.
Yo no he intentado tal cosa, ni mucho menos. Es ella la que me ha puesto las
ligaduras, aprovechándose de mi estupidez. Sin embargo, le da lo mismo que
el ligado sea yo o seas tú: el caso es tener a su lado un pretendiente... Es...
es... No sé cómo explicarte... Mira; yo sé que tú dominas las matemáticas.
Pues bien; háblale del cálculo integral. Te doy mi palabra de que no lo digo en
broma; te juro que el tema le es indiferente. Ella te mirará y suspirará. Yo le he
estado hablando durante dos días del Parlamento prusiano (llega un momento
en que no sabe uno de qué hablarle), y lo único que ella hacía era suspirar y
sudar. Pero no le hables de amor, pues podría acometerla una crisis de
timidez. Limítate a hacerle creer que no puedes separarte de ella. Esto será
suficiente... Estarás como en tu casa, exactamente como en tu casa; leerás, te
echarás, escribirás... Incluso podrás arriesgarte a darle un beso..., pero un
beso discreto.
Pero ¿a santo de qué he de hacer yo todo eso?
¡Nada, que no consigo que me entiendas...! Oye: vosotros formáis una pareja
perfectamente armónica. Hace ya tiempo que lo vengo pensando... Y si tu fin
ha de ser éste, ¿qué importa que llegue antes o después? Te parecerá que
144