mujer superior a todas las que había visto hasta entonces. Además, el azar
había querido que viera por primera vez a Dunia en un momento en que la
angustia, por un lado, y la alegría de reunirse con su hermano, por otro, la
transfiguraban. Todo esto explica que, al advertir que el labio de Avdotia
Romanovna temblaba de indignación ante las acusaciones de Rodia,
Rasumikhine hubiera mentido en defensa de la joven.
El estudiante no había mentido al decir, en el curso de su extravagante charla
de borracho, que la patrona de Raskolnikof, Praskovia Pavlovna, tendría celos
de Dunia y, seguramente, también de Pulqueria Alejandrovna, la cual, pese a
sus cuarenta y tres años, no había perdido su extraordinaria belleza. Por otra
parte, parecía más joven de lo que era, como suele ocurrir a las mujeres que
saben conservar hasta las proximidades de la vejez un alma pura, un espíritu
lúcido y un corazón inocente y lleno de ternura. Digamos entre paréntesis que
no hay otro medio de conservarse hermosa hasta una edad avanzada. Su
cabello empezaba a encanecer y a aclararse; hacía tiempo que sus ojos
estaban cercados de arrugas; sus mejillas se habían hundido a causa de los
desvelos y los sufrimientos, pero esto no empañaba la belleza extraordinaria de
aquella fisonomía. Su rostro era una copia del de Dunia, sólo que con veinte
años más y sin el rasgo del labio inferior saliente. Pulqueria Alejandrovna tenía
un corazón tierno, pero su sensibilidad no era en modo alguno sensiblería.
Tímida por naturaleza, se sentía inclinada a ceder, pero hasta cierto punto:
podía admitir muchas cosas opuestas a sus convicciones, mas había un punto
de honor y de principios en los que ninguna circunstancia podía impulsarla a
transigir.
Veinte minutos después de haberse marchado Rasumikhine se oyeron en la
puerta dos discretos y rápidos golpes. Era el estudiante, que estaba de vuelta.
No entro, pues el tiempo apremia dijo apresuradamente cuando le abrieron .
Duerme a pierna suelta y con perfecta tranquilidad. Quiera Dios que su sueño
dure diez horas. Nastasia está a su lado y le he ordenado que no lo deje hasta
que yo vuelva. Ahora voy por Zosimof para que le eche un vistazo. Luego
vendrá a informarlas y ustedes podrán acostarse, cosa que buena falta les
hace, pues bien se ve que están agotadas.
Y se fue corriendo por el pasillo.
¡Qué joven tan avispado... y tan amable! exclamó Pulqueria Alejandrovna,
complacida.
Yo creo que es una excelente persona
dijo Dunia calurosamente y
reanudando sus paseos por la habitación.
Alrededor de una hora después, volvieron a oírse pasos en el corredor y de
nuevo golpearon la puerta. Esta vez las dos mujeres habían esperado con
absoluta confianza la segunda visita de Rasumikhine, cuya palabra ya no
ponían en duda. En efecto, era él y le acompañaba Zosimof. Éste no había
vacilado en dejar la reunión para ir a ver al enfermo. Sin embargo,
Rasumikhine había tenido que insistir para que accediera a visitar a las dos
mujeres: no se fiaba de su amigo, cuyo estado de embriaguez era evidente.
Pero pronto se tranquilizó, e incluso se sintió halagado, al ver que, en efecto,
se le esperaba como a un oráculo. Durante los diez minutos que duró su visita
consiguió devolver la confianza a Pulqueria Alejandrovna. Mostró gran interés
por el enfermo, pero habló en un tono reservado y austero, muy propio de un
médico de veintisiete años llamado a una consulta de extrema gravedad. Ni se
permitió la menor digresión, ni mostró deseo alguno de entablar relaciones más
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