»Ha de saber que Daría Frantzevna, una mala mujer a la que la policía conoce
perfectamente, había venido tres veces a hacerle proposiciones por medio de
la dueña de la casa.
» Yo no puedo hacer eso repitió, remedándola, Catalina Ivanovna . ¡Vaya un
tesoro para que lo guardes con tanto cuidado!
»Pero no la acuse, señor. No se daba cuenta del alcance de sus palabras.
Estaba trastornada, enferma. Oía los gritos de los niños hambrientos y,
además, su deseo era mortificar a Sonia, no inducirla... Catalina Ivanovna es
así. Cuando oye llorar a los niños, aunque sea de hambre, se irrita y les pega.
»Eran cerca de las cinco cuando, de pronto, vi que Sonetchka se levantaba, se
ponía un pañuelo en la cabeza, cogía un chal y salía de la habitación. Eran
más de las ocho cuando regresó. Entró, se fue derecha a Catalina Ivanovna y,
sin desplegar los labios, depositó ante ella, en la mesa, treinta rublos. No
pronunció ni una palabra, ¿sabe usted?, no miró a nadie; se limitó a coger
nuestro gran chal de paño verde (tenemos un gran chal de paño verde que es
propiedad común), a cubrirse con él la cabeza y el rostro y a echarse en la
cama, de cara a la pared. Leves estremecimientos recorrían sus frágiles
hombros y todo su cuerpo... Y yo seguía acostado, ebrio todavía. De pronto,
joven, de pronto vi que Catalina Ivanovna, también en silencio, se acercaba a
la cama de Sonetchka. Le besó los pies, los abrazó y así pasó toda la noche,
sin querer levantarse. Al fin se durmieron, las dos, las dos se durmieron juntas,
enlazadas... Ahí tiene usted... Y yo... yo estaba borracho.
Marmeladof se detuvo como si se hubiese quedado sin voz. Tras una pausa,
llenó el vaso súbitamente, lo vació y continuó su relato.
Desde entonces, señor, a causa del desgraciado hecho que le acabo de
referir, y por efecto de una denuncia procedente de personas malvadas (Daría
Frantzevna ha tomado parte activa en ello, pues dice que la hemos engañado),
desde entonces, mi hija Sonia Simonovna figura en el registro de la policía y se
ha visto obligada a dejarnos. La dueña de la casa, Amalia Feodorovna, no
hubiera tolerado su presencia, puesto que ayudaba a Daría Frantzevna en sus
manejos. Y en lo que concierne al señor Lebeziatnikof..., pues... sólo le diré
que su incidente con Catalina Ivanovna se produjo a causa de Sonia. Al
principio no cesaba de perseguir a Sonetchka. DespUés, de repente, salió a
relucir su amor propio herido. «Un hombre de mi condición no puede vivir en la
misma casa que una mujer de esa especie.» Catalina Ivanovna salió entonces
en defensa de Sonia, y la cosa acabó como usted sabe. Ahora Sonia suele
venir a vernos al atardecer y trae algún dinero a Catalina Ivanovna. Tiene
alquilada una habitación en casa del sastre Kapernaumof. Este hombre es cojo
y tartamudo, y toda su numerosa familia tartamudea... Su mujer es tan
tartamuda como él. Toda la familia vive amontonada en una habitación, y la de
Sonia está separada de ésta por un tabique... ¡Gente miserable y tartamuda...!
Una mañana me levanto, me pongo mis harapos, levanto los brazos al cielo y
voy a visitar a su excelencia Iván Afanassievitch. ¿Conoce usted a su
excelencia Iván Afanassievitch? ¿No? Entonces no conoce usted al santo más
santo. Es un cirio, un cirio que se funde ante la imagen del Señor... Sus ojos
estaban llenos de lágrimas después de escuchar mi relato desde el principio
hasta el fin.
» Bien, Marmeladof me dijo . Has defraudado una vez las esperanzas que
había depositado en ti. Voy a tomarte de nuevo bajo mi protección.
ȃstas fueron sus palabras.
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