hostil: era evidente que aquellos cambios le contrariaban. Al parecer, los
empapeladores se habían retrasado. De aquí que se apresurasen a enrollar los
restos del papel para volver a sus casas. Sin prestar apenas atención a la
entrada de Raskolnikof, siguieron conversando. Él se cruzó de brazos y se
dispuso a escucharlos.
El de más edad estaba diciendo:
Vino a mi casa al amanecer, cuando estaba clareando, ¿comprendes?, y
llevaba el vestido de los domingos. «¿A qué vienen esas miradas tiernas?, le
pregunté. Y ella me contestó: «Quiero estar sometida a tu voluntad desde este
momento, Tite Ivanovitch...» Ya ves. Y, como te digo, iba la mar de
emperifollada: parecía un grabado de revista de modas.
¿Y qué es una revista de modas? preguntó el más joven, con el deseo de que
su compañero le instruyera.
Pues una revista de modas, hijito, es una serie de figuras pintadas. Todas las
semanas las reciben del extranjero nuestros sastres. Vienen por correo y sirven
para saber cómo hay que vestir a las personas, tanto a las del sexo masculino
como a las del sexo femenino. El caso es que son dibujos, ¿entiendes?
¡Dios mío, qué cosas se ven en este Piter! exclamó el joven, entusiasmado .
Excepto a Dios, aquí se encuentra todo.
Todo, excepto eso, amigo terminó el mayor con acento sentencioso.
Raskolnikof se levantó y pasó a la habitación contigua, aquella en donde había
estado el arca, la cama y la cómoda. Sin muebles le pareció ridículamente
pequeña. El papel de las paredes era el mismo. En un rincón se veía el lugar
ocupado anteriormente por las imágenes santas. Después de echar una ojeada
por toda la pieza, volvió a la ventana. El obrero de más edad se quedó
mirándole.
¿Qué desea usted? le preguntó de pronto.
En vez de contestarle, Raskolnikof se levantó, pasó al vestíbulo y empezó a
tirar del cordón de la campanilla. Era la misma; la reconoció por su sonido de
hojalata. Tiró del cordón otra vez, y otra, aguzó el oído mientras trataba de
recordar. La atroz impresión recibida el día del crimen volvió a él con intensidad
creciente. Se estremecía cada vez que tiraba del cordón, y hallaba en ello un
placer cuya violencia iba en aumento.
Pero ¿qué quiere usted? ¿Y quién es? le preguntó el empapelador de más
edad, yendo hacia él.
Raskolnikof volvió a la habitación.
Quiero alquilar este departamento repuso , y es natural que desee verlo.
De noche no se miran los pisos. Además, ha de subir acompañado del portero.
Veo que han lavado el suelo. ¿Van a pintarlo? ¿Queda alguna mancha de
sangre?
¿De qué sangre?
Aquí mataron a la vieja y a su hermana. Allí había un charco de sangre.
Pero ¿quién es usted? exclamó, ya inquieto, el empapelador.
¿Yo?
Sí.
¿Quieres saberlo? Ven conmigo a la comisaría. Allí lo diré.
Los dos trabajadores se miraron con expresión interrogante.
Ya es hora de que nos vayamos dijo el mayor . Incluso nos hemos retrasado.
Vámonos, Aliochka. Tenemos que cerrar.
Entonces, vamos dijo Raskolnikof con un gesto de indiferencia.
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