Se había colmado su paciencia. Pero, apenas dio un paso Raskolnikof, le
llamó, en un arranque repentino.
¡Espera! ¡Escucha! Quiero decirte que tú y todos los de tu calaña, desde el
primero hasta el último, sois unos vanidosos y unos charlatanes. Cuando sufrís
una desgracia a os acecha un peligro, lo incubáis como incuba la gallina sus
huevos, y ni siquiera en este caso os encontráis a vosotros mismos. No hay un
átomo de vida personal, original, en vosotros. Es agua clara, no sangre, lo que
corre por vuestras venas. Ninguno de vosotros me inspiráis confianza. Lo
primero que os preocupa en todas las circunstancias es no pareceros a ningún
otro ser humano.
Raskolnikof se dispuso a girar sobre sus talones. Rasumikhine le gritó, más
indignado todavía:
¡Escúchame hasta el final! Ya sabes que hoy estreno una nueva habitación.
Mis invitados deben de estar ya en casa, pero he dejado allí a mi tío para que
los atienda. Pues bien, si tú no fueras un imbécil, un verdadero imbécil, un
idiota de marca mayor, un simple imitador de gentes extranjeras... Oye, Rodia;
yo reconozco que eres una persona inteligente, pero idiota a pesar de todo...
Pues, si no fueses un imbécil, vendrías a pasar la velada en nuestra compañía
en vez de gastar las suelas de tus botas yendo por las calles de un lado a otro.
Ya que has salido sin deber, sigue fuera de casa... Tendrás un buen sillón; se
lo pediré a la patrona... Un té modesto... Compañía agradable... Si lo prefieres,
podrás estar echado en el diván: no por eso dejarás de estar con nosotros.
Zosimof está invitado. ¿Vendrás?
No.
¡No lo creo! gritó Rasumikhine, impaciente . Tú no puedes saber que no irás.
No puedes responder de tus actos y, además, no entiendes nada... Yo he
renegado de la sociedad mil veces y luego he vuelto a ella a toda prisa... Te
sentirás avergonzado de tu conducta y volverás al lado de tus semejantes...
Edificio Potchinkof, tercer piso. ¡No lo olvides!
Si continúas así, un día te dejarás azotar por pura caridad.
¿Yo? Le cortaré las orejas al que muestre tales intenciones. Edificio
Potchinkof, número cuarenta y siete, departamento del funcionario
Babuchkhine...
No iré, Rasumikhine.
Y Raskolnikof dio media vuelta y empezó a alejarse.
Pues yo creo que sí que vendrás, porque lo conozco... ¡Oye! ¿Está aquí
Zamiotof?
Sí.
¿Habéis hablado?
Sí.
¿De qué...? ¡Bueno, no me lo digas si no quieres! ¡Vete al diablo! Potchinkof,
cuarenta y siete, Babuchkhine. ¡No lo olvides!
Raskolnikof llegó a la Sadovia, dobló la esquina y desapareció. Rasumikhine le
había seguido con la vista. Estaba pensativo. Al fin se encogió de hombros y
entró en el establecimiento. Ya en la escalera, se detuvo.
¡Que se vaya al diablo! murmuró . Habla como un hombre cuerdo y, sin
embargo... Pero ¡qué imbécil soy! ¿Acaso los locos no suelen hablar como
personas sensatas?
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