Congresos y Jornadas Didáctica de las Lenguas y las Literaturas - 2 | Page 1105

Texto F Hablemos, en primer lugar, de la faz de la Luna que mira hacia nosotros, en la que, para una mejor comprensión, distingo dos partes: una naturalmente más clara, otra más oscura. La más clara semeja rodear e invadir todo el hemisferio*. Por el contrario, la más oscura recubre la misma cara a modo de una especie de nubes y nos la devuelve manchada. Pero esas manchas, algo oscuras y bastante amplias, son para todos obvias y en todos los tiempos se vieron. Por lo cual, llamaremos a éstas grandes o antiguas, a diferencia de las otras manchas de menos extensión, pero de tal manera numerosas y trabadas entre sí, que se esparcen por toda la superficie lunar, sobre todo por la parte más luminosa. Éstas, ciertamente, nadie antes que nosotros las contempló. De la observación tan reiterada de las mismas llegamos a la conclusión, que tenemos por cierta, de que la superficie de la Luna no es alisada, uniforme y de esfericidad exactísima, tal como la inmensa mayoría de filósofos opinó de la misma y de los restantes cuerpos celestes, sino al contrario: desigual, arrugada y llena de huecos y protuberancias, absolutamente como la faz de la Tierra, en la que se distinguen aquí y allá las cumbres de los montes y las profundidades de los valles. Así son las apariencias que me permitieron demostrar que estas cosas son así, y no de otro modo. * Mitad de la superficie de la Tierra. Investigación y Práctica en Didáctica de las Lenguas 1091