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Sor Angela María Sapón Macario

Una monja en la JMJ-Madrid 2011

Tuve la suerte y el privilegio de asistir junto a otra hermana de mi comunidad –sor Maria Raveloarisoa de Madagascar a este gran evento con la Familia Trinitaria, como testimonio presencial de la vida contemplativa, así la Familia pudo estar al “completo” en esos días donde la presencia de jóvenes frailes trinitarios, hermanas de todas las ramas de la Orden y la vida contemplativa se dieron cita para anunciar al resto de los jóvenes asistentes, nuestro carisma de redención y liberación.

Sor Angela María Sapón Macario

Monja Trinitaria de Santa Ana –Alcalá la Real– (Jaén - España)

30 años

País de origen: Guatemala

misma fe, demostrándola con nuestra alegría y entusiasmo. En dos ocasiones se me acercaron unos chicos y chicas para preguntarme: ¿cómo es que una monja contemplativa se siente tan feliz en la JMJ? Me decían que ellos tenían otra idea de lo que era o debía ser una monja; pensaban que las monjas eran mujeres tristes y aburridas; ¡no! les respondí: traté de explicarles el sentido de mi vida. No somos tristes, somos mujeres llenas de vida, respondiendo alegres a la vocación a la que hemos sido llamadas.

Les explicaba que habíamos venido dos hermanas para compartir con los jóvenes nuestra experiencia de vida, nuestra alegría, nuestra fe y nuestra comunión con la Iglesia. Después de escucharme, se fueron con otra idea de la vida contemplativa y muy agradecidos por hacerles ver que verdaderamente nuestro estilo de vida sí tiene sentido, y tiene un valor irrenunciable dentro de la Iglesia.

Entiendo que muchos jóvenes no comprendan nuestra vocación, pero como nos decía el Santo Padre en el mensaje que dirigió a las religiosas en El Escorial: “Queridas hermanas, cada carisma es una palabra evangélica que el Espíritu Santo recuerda a su Iglesia. No en vano la vida consagrada nace de la escucha de la Palabra de

Dios y acoge el Evangelio como su norma de vida. En este sentido, el vivir siguiendo a Cristo, casto, pobre y obediente es “exégesis” viva de la palabra de Dios...”.

La radicalidad evangélica es estar “arraigados y edificados en Cristo y firmes en la fe”, que en la vida consagrada significa ir a la raíz del amor a Jesucristo con un corazón indiviso, sin anteponer nada a ese amor, con una pertenencia esponsal como lo han vivido los santos.

Estas palabras del Santo Padre han tocado mi “yo” más íntimo, comprendiendo que verdaderamente la Iglesia necesita de nuestra fidelidad joven arraigada y edificada en Cristo.

Vivo un gozo constante con el recuerdo de esos días maravillosos, y que no tengo palabras para expresar todo lo experimentado; sólo lo resumo en que hemos palpado todos los participantes o la mayoría de ellos de la JMJ, el verdadero amor de Dios, y que lo hemos sentido en la persona del Papa, en sus palabras tan cercanas, como las de Cuatro Vientos, después del chaparrón de la Vigilia: “Queridos jóvenes, hemos pasado una aventura todos juntos”…

Para mí fue un motivo de gran alegría el haber participado en estas jornadas; el encuentro con tantos jóvenes del mundo ha sido una riqueza para mi espíritu, compartiendo lo más importante que todos llevábamos dentro: “el deseo de vivir al estilo de Cristo, allí donde cada uno nos encontremos”.

Una de las experiencias que más me impactó fue el encuentro de jóvenes en las estaciones de metro; a pesar de que no cabía ni un alfiler y que parecíamos sardinas en lata, los peregrinos éramos felices, sin dar importancia a nuestros respectivos países de procedencia, porque todos nos sentíamos identificados con una